viernes, 25 de enero de 2013

HISTORIA DE UNA TRIBU.





Cuando   el sol principia a entibiar su ardoroso rayo, cuando las nubes, cándidas gaviotas de los cielos, visten colores de arrebol, y las brisas del Yacuambi, perfumadas, soplan suavemente; cuando en concierto armónico con el eterno murmullo de las fuentes, entonan alegrías de amor en la espesura de la fronda, la Guanguizha y el Zhuli, el Zhali y el Yembui; cuando, en fin, la luna como maga misteriosa  de la montaña, se levanta imponente, majestuosa, inundando con su plateada luz la eterna primavera de esta virgen y exuberante naturaleza oriental, el jíbaro jefe descuelga el tunduli, hácelo repercutir estrepitosamente, reúne así a los suyos y con grave y majestuosa, con prosopopeya no estudiada, comienza a recordar las glorias pasadas, las batallas ganadas en dura lid, las danzas celebradas, señala los enemigos a quienes hay que exterminar, enumera a aquellos a quienes debe gratitud, reglamenta el buen empleo de las horas del día venidero, aconseja a los hijos varones el trabajo asiduo; que no falte en casa el jabalí, la guanguizha, el mamaca, el machìn; que sus nervudos brazos rompan la corriente  del río enfurecido para tener pescado en abundancia; luego el consejo para las hijas y mujeres a quienes pide o impone el solícito cuidado de la familia tierna, el buen cultivo de la huerta, que no escasee la yuca, el plátano y más que todo que siempre las piningas estén rebosantes de fermentada y deliciosa chicha, y por fin, como epílogo solemne, esforzando la voz y dando poderoso énfasis a sus palabras, narra la tradición siguiente:
“ Tiempo hubo, les dice, en que los jíbaros viejos, con facilidad y frecuencia iban al cielo, en donde vivía un jíbaro también anciano, bueno, y bondadoso y sabio, quién permitía acercársele a los que juzgaba laboriosos y rechazaba a los que no; a él recurrían los necesitados y los pobres y era el consejero de todos los asuntos, ya de los relativos a la guerra, ya de los concernientes a las enfermedades, ya, en fin, de los que atañen a las costumbres del hogar.
A él pedíanle que sus huertas produzcan el grande y exquisito pandama (plátanos), y la blanca  mama (yuca), que sus cristalinos y vertiginosos ríos abunden en peces, que el itipi  y el tarachi no envejezcan .
“ ¿Cómo, dice, los jíbaros subían al cielo? Entonces había el Itsanaqui, bejuco rectilíneo en forma de gradería, y a la manera de una inmensa cuerda  suspendida entre el cielo y la tierra, y por donde subían todos aquellos a quienes permitía el jíbaro; más entre aquellos jíbaros hubo una mujer tan mala y depravada que siendo más que cruel y sobre todo esposa infiel, desobedeciendo la voz de uno de sus esposos, tentó subir el Itsanaqui; pero entonces Undachinicamusa, tal el nombre del jíbaro del cielo, se enfureció sobremanera al ver el atrevimiento de la Noapugaracha ( mujer corrompida) y, gritando a la manera del piumata (el trueno) y brillándole los ojos como el  puemb ( rayo), bajó veloz el Itsanaqui, lo cortó de un tajo y precipitó a la intrusa a la cima tenebrosa de un abismo.
“Desde entonces la comunicación con el cielo quedó cortada, faltó la yuca, el plátano escaseo, el jabalí se hizo más irascible, el pez se hizo más difícil de cogerlo, el itipi y el tarachi envejecieron prontamente, aumentó el número de jíbaros infieles, y los jíbaros jamás viajaron para el cielo”.
Aquí el jíbaro termina su narración, y luego a una señal suya, toda la familia va a descansar de las faenas diarias.
En uno de mis viajes al oriente he tenido ocasión  de conocer el Itsanaqui, y siempre que los hijos de la selva lo encuentran a su paso, míranlo con vivo interés, como si algún día pudieran encontrarlo recto y hasta el cielo.
Estos cuentos de D. Luis Vivar, de los años 20, fueron publicadas en el indicado Boletín de  la Academia Nacional de Historia. Son narraciones recogidas por su autor en los viajes hechos al oriente azuayo; en los cuales mezclados con elementos de origen europeo, hay ideas netamente jíbaras, algunas de vasta dispersión en América.  FDA.