viernes, 25 de noviembre de 2011

UNA EXCURSION A GUALAQUIZA 2da parte.




El amor a la ciencia y la verdadera sabiduría son cosas en extremo diferentes. Tengo yo el primero, más carezco de la segunda. ¡Ojalá que en mi país haya, no muy tarde, quienes asocien debidamente el uno a la otra! …

            Adoptada la nueva dirección, desde la altura de los pajones, hasta Granadillas, paralelamente al río de San Dionisio, quedaría también a la izquierda el punto que se llama  El Calvario, nombre que tanto le cuadra...El calvario es una cresta de mucho peligro, aunque de corta extensión. A derecha e izquierda del transeúnte hay despeñaderos espantosos, sin que pueda huir de ellos, desviándose por ninguna parte. Insisto, púes por esta razón mas, en que es conveniente la adopción de la vía indicada. Si se contase con la eficaz cooperación de la autoridad, como parece que se espera, pronto quedarían abandonados uno y otro precipicio.

            Continuando mi viaje hasta Chiguinda, he notado que él camino todo necesita de urgente composición. Es de presumir que el no sería muy malo, en la época en que los fondos del extinguido cantón de Gualaquiza se  empleaban en repararlo con frecuencia. Todavía quedan algunos vestigios de lo que entonces se trabajó; pero la acción del tiempo y la de las lluvias lo han deteriorado tan considerablemente, que no queda sino un angostísimo sendero, que va fajando las casi perpendiculares cuestas de los montes. La parte interior de la vía, es decir, la que se ha formado removiendo el material de las rocas, ha llegado a obstruirse completamente; el terreno que se ha deslizado de las pendientes, los arbustos que han crecido en abundancia y los despojos de los árboles contiguos, han echado a perder esa parte; por manera que la bestia camina, de ordinario por el borde exterior, y el jinete lleva siempre inclinado el cuerpo hacia el lado opuesto, como para saltar, si le fuere posible, luego que sienta deslizarse por el otro, los pies de aquella; ¡penosa posición, que se ve forzado a conservar durante toda la jornada! 

            Para el alojamiento de los transeúntes, existe una posada o casa de  tambo en Granadillas, punto intermedio entre la Portada y Chiguinda a la izquierda de esta casa, en un paraje algo inferior, tiene establecido un entable el señor Manuel Célleri, vecino del Sìgsig. Sería muy útil, para él y para los pasajeros, que diese mayor ensanche a sus labores, cultivando una porción más considerable de tierra y afanándose en la formación de sementeras y plantaciones.

            Como la temperatura de Granadillas es ya considerable, se produce perfectamente el maíz y la caña de azúcar, según lo pude observar por los cultivos que en la actualidad se han hecho. La feracidad de la tierra tiene que ser naturalmente, mucha; pues se ha formado en esas localidades, con el transcurso de los siglos, una profunda capa vegetal, procedentes de los despojos del bosque. No hay más que descuajar este y preparar el suelo. ¡Lastima es que lo muy agrio de las pendientes, en esas grandes masas que se elevan para formar los Andes, inutilice para la agricultura casi toda la inmensa extinción de terreno que hay desde los pajones hasta Gualaquiza! Raros son los sitios que como Granadillas, el Rosario, Sambopamba, Chiguinda, San José, Paloquemado, Cuchipamba, &.forman planos de suave inclinación o faldas no muy escarpadas. Esta consideración ha sido, indudablemente, la que ha inducido a nuestros antecesores a caminar, durante dos o tres días, atravesando las selvas, a fin de hallar, entre los bárbaros, un valle más a propósito para las empresas agrícolas.

            En el trayecto de Granadillas a Chiguinda hay que vadear el río Blanco, que debe su nombre al color de las piedras de su lecho. Es de presumir que estas sean de naturaleza calcárea, lo que, si realmente es así, debe quitar a las aguas del Blanco la calidad de saludables.

Desciende este río de las alturas del accidente, y va a reunirse con el de San Dionisio,  después de recoger el pequeño caudal de algunos arroyos, entre los cuales figura el Tigrepungo.

                Después de caminar algún trecho, dejando a la izquierda el río de Sanisidro, hay que pasarlo otra vez, engrosado ya con las aguas del Rio Rosario. Este paso tiene lugar por el puente  llamado de Cuchipamba, que está cercano a los antiguos entables del mismo nombre. Superfluo me parece expresar que este otro puente, construido de la misma manera que el de Sanisidro, se halla igualmente deteriorado  y se destruirá muy presto, si no se lo repara.

            Las faldas que el transeúnte deja a la derecha, antes de pasarlo, estuvieron cultivadas no ha mucho, por los señores doctores Manuel Dávila y José Vega C. quienes se proponían obtener un resultado muy provechoso, confiando en la fecundidad del suelo y en la magnífica temperatura de esa localidad; pero, desgraciadamente, hicieron los bárbaros  una irrupción repentina, subiendo desde las márgenes del Río Bomboiza, situadas a seis u ocho leguas de allí, cayeron sobre los entables, y asesinaron cruelmente a varios individuos de la servidumbre de aquellos señores. Tan deplorable acontecimiento desalentó como era natural, a los dueños de Cuchipamba, quienes abandonaron, poco después, sus labores.

 En la actualidad, va cubriendo nuevamente el bosque  los lugares desmontados, y muy en breve  no quedará el más pequeño vestigio de los trabajos anteriores, tan pasmosa es la rapidez con que una vegetación admirablemente lozana  forma selvas que parecen seculares.

            Pasado el puente de Cuchipamba, se hace alto en una pequeña playa, que, por estar cubierta de matorrales, manifiesta haber sido cultivada en años anteriores. Al presente se han hecho otros cultivos, en la parte superior, es decir en las faldas de San José, que están a la izquierda del camino.

            En ellas tienen sus pequeños fundos  algunas personas de las familias Zúñiga y Brito de la parroquia del Sigsig. A juzgar por la excelente caña de azúcar y por el muy buen plátano, que he visto traer de esos establecimientos, creo que la fertilidad y la temperatura de San José no son inferiores a las de Cuchipamba Importante sería que afluyesen a esa localidad numerosos cultivadores, que la conviertan en una notable población.

            Continuando la marcha hacia Gualaquiza, se pasa, muy luego el Río de San José, que, a pesar de nos ser caudaloso, necesita de un puente; púes sus aguas deben acrecentarse mucho en las épocas de invierno. A poca distancia de este río, está el paraje Palo quemado, donde, por la suavidad de la pendiente, es fácil talar el bosque y hacer cultivos. Allí forma actualmente un entable el señor Francisco Vintimilla, echando por tierra los corpulentos árboles de la imponente y majestuosa selva. Algo más debajo de este punto, han existido también otros establecimientos de varias personas. Todas ellas los han abandonado, sucesivamente, desalentadas, sin duda, por la decadencia de los fundos de Gualaquiza, por el temor de los bárbaros y por el deterioro del camino.


            El actual estado de este es tan malo en esa sección, como en las anteriores. Es verdad que el R.P. Pozzi, y el laborioso señor Antonio Vega, que fue Jefe Político del extinguido cantón, trabajaron mucho en mejorar la vía. Es cierto también que la dirección mas baja, que adoptaron para esta, dejando a la izquierda las pendientes de Bellavista, y tomando otro rumbo,… 

            En parte de la última jornada, ha sido muy ventajosa; pero, como no ha vuelto a trabajarse mas, haciendo las frecuentes reparaciones que requiere todo camino, especialmente si es de montaña, para permanecer traficable, está convertida dicha vía en un extenso pantano, lleno de peligros. Muchas de las piezas de madera, colocadas longitudinalmente, en algunos puntos, para cubrir el suelo cenagoso, se han corrompido, o aislado unas de otras, y es grande el riesgo de que las bestias introduzcan en casco en los huecos intermedios y se averíe notablemente. …...
    
             Además, hay gruesos troncos, que han caído al través del camino. Muy luego volveré a tratar de lo importante que sería tal restablecimiento, para el progreso, tan apetecido, de Gualaquiza.  …..sigue apuntes sobre la vegetación.


Gualaquiza.
            Es un hermoso, aunque no muy amplio valle, que extendiéndose de occidente a oriente, se ensancha de un modo considerable en su extremo oriental, sobre todo hacia la parte que mira al Sur. Los estribos o baluartes  de la enorme cordillera andina se abaten notablemente  en esta región, sin deprimirse, por eso, en el todo, como parece que sucederá  en lugares más cercanos a las inmensas planicies del Amazonas. Lo riega el  río Gualaquiza, formado por los arroyos de Yumaza y San Francisco, que descienden de las montañas occidentales. Ese río es de corto caudal, en las épocas de verano, y baja a confluir con el Bomboiza, después de recoger en su trayecto, de dos leguas o poco más  las aguas de algún arroyuelo, como el Churuyacu o Ijimbi.

            El expresado Bomboiza es un río bastante caudaloso, que sobrepuja en mi concepto, a nuestro río de Paute, comparado con el caudal  que tiene este en el pueblo del mismo nombre. Lo forman los ríos Cuchipamba y Cuyes, que vienen de los montes del sudoeste. Después de recibir el Bomboiza las aguas del Copiambiza, por la margen occidental, va a reunirse con el caudaloso Zamora, que llega del Sur.

            Confundidos los dos, toman una dirección noreste y bajan por regiones desconocidas, a confluir con el Paute, para formar el célebre Santiago. La hoya, púes que se extiende desde los arroyos Yumaza y San Francisco, hasta donde se juntan el Bomboiza y el Zamora, es la que tiene el nombre de Gualaquiza.

            Al occidente  de esta comarca, se eleva como he dicho, las colosales masas de los Andes; al oriente y sureste están las regiones habitadas por las tribus de los Patucuma,Cangaime, el Pongo y Zamora; al Norte las de Méndez, y al sur las de Chicani y Pachicosa.

             El aspecto físico de Gualaquiza es todavía selvático; pues no es grande la parte despejada, y aún las casas de muchos pobladores, particularmente jíbaros, están circundadas de bosque. Aunque se destruya  este a fin de cultivar el terreno y hacer plantaciones, bastan algunos meses de abandono, para que una exuberante vegetación cubra nuevamente lo desmontado. La naturaleza recobra allí muy rápidamente su imperio, y apenas se descubre algún vestigio de las costosas labores antiguas.

            La temperatura de Gualaquiza, según informe de personas  que han residido en ese lugar por dilatado tiempo, parece que fluctúa entre 20 y 26 grados del centígrado.
            No se cual sea su altura  sobre el nivel del mar, aunque del grado medio de la temperatura puede inferírsela  aproximadamente. Lo intempestivo de mi viaje no me permitió llevar un barómetro, para calcularla. Podré hacerlo más tarde, si visito otra vez estas regiones, como fundadamente lo espero.

            En cuanto al clima, lo creo bastante húmedo, como debe serlo naturalmente, atendida la proximidad de los bosques y la cercanía de los ríos caudalosos, como el Bomboiza y el Zamora, que mediante la evaporación, humedece constantemente el aire.
Con todo, me han dicho algunos sujetos  fidedignos que sobrevienen, de vez en cuando, veranos de extraordinaria duración.

            El terreno de Gualaquiza tiene la feracidad propia de un suelo virgen, cubierto de una profunda capa vegetal, formada por los despojos del bosque, y favorecido por una temperatura excelente. Las plantas que nacen de un modo espontaneo, en la parte desmontada, son  regularmente, arbustos o hiervas. Entre unos y otros, he podido notar, muy de paso, las familias, géneros y especies que siguen: …. (Sigue descripción botánica.)….

            Después de visto Gualaquiza bajo su aspecto montés (permítaseme la expresión), debo hablar de lo que ha hecho la civilización, para transformarlo.

            La población que actualmente ocupa esa comarca, se compone de dos porciones, sumamente heterogéneas, esto es, de los bárbaros, nativos de ella, y de la gente civilizada que ha ido a establecerse en la misma. Discurriré acerca de unos y otros, con la detención que me permita la naturaleza de este escrito.

            Los bárbaros de Gualaquiza, pertenecen a la tribu de los Jíbaros, han debido ser muchos en tiempos anteriores. Al presente, no puede pasar su número de setenta u ochenta, incluso lo párvulos y las mujeres. La epidemia de la viruela y otras, que se han importado de los pueblos interandinos, han diezmado esta raza, la que ha hecho  también frecuentes pérdidas, con la voluntaria expatriación de algunos, que han emigrado a Méndez, al Pongo,&., justamente perseguidos por las autoridades , a consecuencia de sus crueles y alevosos asesinatos que han cometido de tiempo en tiempo. Curioso me parece consignar en este opúsculo, como un dato estadístico, que no carecerá de utilidad en lo futuro, los nombres de los jefes de familia que habitan actualmente en esa región, indicando el número de individuos que componen aquella; aunque no me sea posible mencionar prolijamente a todos. Helos aquí:

SIRE (Ignacio), antiguo sirviente del memorable párroco de la misión, presbítero  JOSE ANTONIO TORRES, quién crió y educo  a este jíbaro, enseñándole las primeras letras, y aún haciendo que estudiase gramática en el seminario de esta ciudad (Cuenca), con el laudable intento de formarlo para el sacerdocio. Sire es casado con una mujer civilizada del Sigsig  y tiene cuatro hijos.
CHUMBERA, anciano de más de setenta años, dotado de una índole excelente. Es capitán de la tribu, elegido años hace, por un sufragio verdaderamente popular, en virtud de su buena conducta  y carácter amable. Muerta su mujer, no le queda sino una hija párvula.
CHACAIMA, yerno del anterior, que, habiendo perdido a su primera mujer, vive en casa  de Chumbera, casado actualmente con otra, en la manera en que puede serlo un salvaje.
CHIRIAPA (Joaquín), sobrino de Chumbera, tiene dos mujeres y algunos hijos. Una de sus esposas se llama Tazumba  y la otra Mazuca; ambas son bautizadas y tienen el nombre de Mercedes, Supongo que el Reverendo Padre Pozzi, último misionero de Gualaquiza, no podía conseguir que este Jíbaro abandone a una de ellas y tomase por mujer a la otra.
HAMBACHI (José María), casado y padre de algunos hijos.
CACHUMBI, casado también y con familia.
AMBUSHA (José), igualmente casado y tiene dos hijos.
NUÑINGA (José Antonio), casado, Tiene un hijo y uno o dos entenados.
HUALA (Ramón), casado con dos mujeres, a una de las cuales  despidió, hace poco, en compañía de dos hijos. Ella y estos se trasladaron a Chicani, llevados por sus  padres. En la otra tiene también dos hijos.
CHUMAPI, suegro del anterior.-Tiene igualmente familia.
NARANZA (José Antonio), casado tiene varios hijos y un yerno, llamado Zamareño, que carece de familia y vive a orillas del Bomboiza, en el punto llamado Tunduli.
UTITA (Manuel), casado y con dos hijos, le conocen generalmente con el nombre de Toledo, que es el apellido del sujeto que le sirvió de padrino en la pila bautismal.
CUJA, venido de la población de Méndez, hace cosa de dos años, su mujer se llama Sanchùa, tiene varios hijos.

            Hay además, algunos otros individuos que se han trasladado recientemente, de la misma población de Méndez a la de Gualaquiza, donde es probable que se avecinden, como acontece de ordinario.

            Calculando aproximadamente el número de jíbaros residentes hoy en la parroquia, puede fijárselo, según he dicho, en 80, con excepción de aquellos que están como de visita y pueden atravesar de nuevo el bosque, de regreso a sus lejanos hogares.
            El aspecto de estos bárbaros, semicivilizados algunos, nada tienen de repulsivo. Su estatura es comúnmente más que mediana; sus miembros perfectamente formados; su fisonomía agradable  y muy animada. Están dotados de una perspicacia y desembarazo particulares.

            Se acercan a cualquier recién venido, con cierta familiaridad y audacia nada comunes; le saludan tendiéndole la una mano, mientras tienen su lanza en la otra, y entablan con él una amistosa conversación. Esta comienza siempre por las preguntas de quién eres? y que traes?

             No se nota en ellos ese aire de taciturnidad, melancolía y encogimiento, tan propio de nuestros indios; circunstancia que tiene su natural explicación en la libertad de que los primeros gozan y en el abatimiento, la timidez y la postración que algunas centurias de servidumbre han imprimido en los últimos.

            El vestuario  de los jíbaros se compone, para los varones, de una sola prenda, que llaman itipi, es una tela, que atada a las caderas, cubre muy bien la parte del vientre y la alta de los muslos.

             El vestido de las mujeres es aún más honesto; pues les oculta enteramente el pecho y les cae hasta las pantorrillas…..                
 Aquellos se pintan  el rostro, los brazos, el cuerpo y los muslos, formando labores caprichosas, de color rojo, con la pulpa del achiote, y  de color negro, con una preparación del fruto de un árbol llamado sula o zua. Tienen cuidado especial de mantener bien limpio y graciosamente recogido el cabello, y, a veces, completan elegantemente su tocado, con una especie de corona o gorra, que hacen de una piel, fina y lanuda, de rabo de mono.

            La casa en que habitan, llamada por ellos jea, es de forma elíptica, más o menos prolongada. Las paredes son de caña o de chonta (madera procedente de varias especies de palma). La techumbre es sostenida por estas paredes, y por algunas columnas de palos delgados, rectos y fuertes, colocados, a distancias simétricas, en longitud del eje mayor de la elipse. La cubierta es de hojas secas de una especie de Pandanus, conocida con la denominación de camba alga, hojas  que colocan con mucho artificio  y seguridad. El pavimento de la única pieza que  estas habitaciones, tienen es de tierra  apelmazada, pero muy limpio y regularmente nivelado. A uno de los costados o extremos de la habitación, están arrimados a la pared, las camas de los varones, formadas por pequeñas tarimas de caña picada, que constituyen un plano, algo inclinado hacia el interior de la pieza, y se levanta a poca altura del suelo. El cuerpo descansa en esta  clase de tarima, solamente hasta las caderas; púes las piernas quedan al aire, y los pies reposan sobre un palo, que llaman patachi, sostenido por dos horquillas  en una y otra extremidad. Debajo de este aparato, un poco hacia fuera, cuidan de conservar fuego (que denominan ji), durante la noche.

            Las camas de las mujeres, situadas a otro lado o extremo, son análogas a la de los varones; pero carecen de patachi y tienen dos paredecillas laterales, de la misma caña, a modo de cortinas. Lo singular y notable es que cada mujer tiene, sobre su lecho, dos, tres o más perros atados, entre los cuales duerme.

            Siento no poder hablar de algunas otras particularidades, sobre las costumbres de los jíbaros, ya por no extenderme demasiado, ya por que mis observaciones, hechas en un cortísimo número de días, pudieran, quizá nos ser todas exactas.

            La población que suele llamarse cristiana, esto es la formada por individuos que han descendido de los Andes, para establecerse en Gualaquiza, puede componerse en la actualidad de más de cien almas. Algunos de estos colonos cultivan en propiedad pequeñas porciones  de tierra; otros viven al servicio de dos o tres hacendados. En cuanto a estos últimos, que no pasan, por hoy, de tres o cuatro, puede decirse que su residencia en Gualaquiza es ocasional; púes solo permanecen allí durante algunos meses, cuando se los exigen ciertos trabajos agrícolas, y regresan luego, a su domicilio habitual. Debo exceptuar, sin embargo, al señor don Antonio Vega, el más laborioso, constante y entusiasta de aquellos propietarios, y el que impide, en cierto modo, con su laudable firmeza, el total abandono de la colonia.

            El fundo de este caballero, es el mejor y más bien cultivado de todos, y a fe que retribuye con cuantiosos productos las cuotidianas fatigas de su dueño. Merece el señor Vega todo género de protección de parte de las autoridades; púes, con su tenas empeño de trabajar incesantemente en esas regiones, alienta y estimula a esas personas, menos resueltas y emprendedoras  que él. Enérgico en algunas ocasiones, blando y complaciente en otras, ha llegado a granjearse, generalmente, la simpatía de los bárbaros, que le aman y respetan. El destino de Jefe Político de Gualaquiza, que desempeñó en años anteriores, le puso en aptitud de impulsar mucho el adelantamiento de la civilización en esa distante y atrasada parroquia. 

            El mayor inconveniente para el progreso de los entables consiste, después de la falta de un buen camino, en la escases de los brazos  indispensables para las labores agrícolas; de aquí es que estas son muy reducidas, excepto en el fundo del Sr. Vega. …

PORVENIR DE GUALAQUIZA
         La decadencia actual de los entables, en esta colonia, es debida a varias cusas, entre las cuales se puede enumerar, la falta de brazos para la agricultura, las funestas irrupciones de los salvajes y la pérdida de las plantaciones  que más aliento  y confianza infundían. De todas ellas he hablado con la detención que me ha sido posible; pero debo añadir algunas observaciones, sobre los medios de que convendría valerse, para fomentar la colonización, restablecer la confianza que muchos de los cultivadores han perdido, y hacer que el país reporte el provecho que, naturalmente, ha esperado de la explotación de esas comarcas, que en remotos tiempos recobró para sí la barbarie.

            Lo primero que debe hacerse es crear de nuevo el cantón Gualaquiza, que, según el Art. 7 inciso 5to de la Ley de División territorial de 1861, se componía de las parroquias de Gualaquiza, el Sigsig, el Rosario, y de las tribus y terrenos comprendidos en el antiguo gobierno del  Yaguarzongo, hasta el Amazonas. La ley de régimen administrativo interior de 1869 redujo, por su Art. 7 inciso 5to, a solo dos las parroquias de ese cantón, esto es, a las de Gualaquiza y el Rosario, incorporando al cantón de Gualaceo la notable parroquia del Sigsig y prescindiendo absoluta­mente de los territorios orientales, de que hablaba la otra. Aún así, hubiera continuado el cantón en su carácter de tal; pero a fines de 1869, representó el Jefe Político de él, que la población de esas dos parroquias era insignificante, y que se carecía absolutamente  de rentas; a consecuencia de los cual declaró el Poder Ejecutivo, en 12 de diciembre del mismo año, suspensa la disposición legal que había creado dicho cantón. Posteriormente, es decir, en 16 de febrero de 1870, dispuso que no se les privase a los colonos de Gualaquiza de las exenciones que les había otorgado la ley del 23 de octubre de 1865, aunque el cantón se hallaba extinguido.

            De modo que, según las propias palabras del jefe de la república, está suprimida, por ahora esa entidad política, y he aquí lo que me ha autorizado a considerarla como inexistente, en algunos pasajes de este escrito.

            Una vez desmembrada la parroquia del Sigsig, única que podía suministrar los fondos indispensables para la subsistencia del cantón, era indefectible la desaparición de él, fuese de hecho, fuese por disposición, muy razonable y fundada, de la autoridad. Ahora bien, si esta y los particulares desean que Gualaquiza llegue a ser para la provincia del Azuay, y aún para toda la República, una colonia próspera, que, ha más de contribuir con sus nobles producciones al bien común de los ciudadanos, sirva como de punto de partida, para emprender el descubrimiento y colonización de las inmensas comarcas del antiguo Yaguarzongo, es de urgente necesidad que piensen, ante todo, en reconstruir el Cantón, en la misma forma en que fue creado por la citada Ley de 1861. O se restablece la disposición del Art 7mo, inc.5to de ella, o se renuncia, para siempre, a la lisonjera esperanza que, durante largos años, ha infundido en el ánimo de muchos sujetos laboriosos, emprendedores y patriotas, la situación, la temperatura y fertilidad de    esas lejanas regiones.

    Reconstruido el cantón, y aplicados los fondos naturales de él al mejoramiento y reparación frecuente del camino de Gualaquiza, abundarían de suyo, los brazos para la agricultura, renacería el entusiasmo ferviente  de otras épocas, serían arrasados de nuevo los bosques y reaparecerían los numerosos fundos, que, diez o doce años ha, comenzaban a transformar completamente el territorio comprendido entre Yumaza y el Bomboiza. Las alevosas irrupciones de las tribus bárbaras y los crueles asesinatos cometidos por estas, no volverían a difundir el terror  entre los colonos, especialmente si el Gobierno mantuviese allí, para la seguridad de estos, un pequeño piquete de soldados, como lo ha hecho ya en algunas ocasiones. El provecho obtenido por los empresarios más diligentes y menos tímidos, estimularía, muy luego, a una muchedumbre de personas, que, a pesar de su amor al trabajo y del vehemente deseo de hacer fortuna, no saben a que dedicarse, por carecer de bienes raíces y por no contar con una profesión suficientemente lucrativa (si las hay en el país), para proveer a su propia subsistencia y a la de su familia. El cultivo del café, del cacao, del añil, del tabaco, del tabaco, del arroz, del achiote y de otras muchas plantas útiles, les proporcionaría el bienestar que hoy les falta; el cual sería aún mayor, si, adquiriendo, por medio del estudio, algunos conocimientos sobre la naturaleza vegetal, explotasen el desconocido tesoro que contienen los bosques, en cortezas, raíces, resinas y bálsamos preciosos.

            Más para que el progreso económico concuerde con el moral, en interés de la civilización, sería de todo punto necesario que la Autoridad eclesiástica estableciese, a costa de cualquier esfuerzo, una misión permanente  y bien servida, en esa población tan retirada de todas las demás parroquias de la diócesis. Los colonos vivirían cristianamente y se acrecentaría el número de las almas ganadas para la religión y la sociedad, mediante la continua catequización hecha por uno o más sacerdotes.

            Escusado es decir que estos debían estar adornados de cualidades propiamente evangélicas, tales como la mansedumbre, la benignidad, la abnegación, la caridad, la constancia y el valor, propios de que ha nacido para el sublime ministerio de apóstol. Las piadosas insinuaciones de un verdadero discípulo de San Francisco Javier son mucho más eficaces, para civilizar bárbaros, que la coacción imprudentemente empleada con el mismo fin.

            Junto a la iglesia de la misión, sería indispensable  que exista una escuela de primeras letras. El institutor pudiera ser, por el pronto, uno de los misioneros, como se observa ordinariamente en tales circunstancias. La instrucción que se comunicase a los párvulos, hijos de los salvajes, les incorporaría, desde luego, a la sociedad formada  por los demás ciudadanos, particularmente si se procurase educar unidos, a esos niños infelices, con los descendientes de los colonos, que no dejan de formar un número considerable.

            La iglesia y la escuela, he aquí dos piedras angulares en que reposa toda civilización. Faltando una de ellas, será estéril cuanto se trabaje por regenerar a una raza degradada, como la de nuestros jíbaros. Planteadas convenientemente las dos, tal vez llegaría a ser innecesario el fusil y la pólvora, odiosos elementos de exterminio, que intimidan, ahuyentan, aterran, pero no civilizan.

             Mucho bien merecería de la patria, mil bendiciones recibiría el pueblo, la autoridad que estableciendo una buena misión y una escuela dirigida por esta, acrecentase el número de los ecuatorianos, y ensanchase positivamente, el territorio de la república, con la adquisición de esas vastas comarcas, que solo legal o nominalmente  nos pertenece hoy.
            Terminaré mi modesto trabajo, expresando por patriotismo, el temor que tengo, y deben tener todos mis compatriotas, de que, si se descuida la colonización de las regiones orientales, porción la más hermosa y rica del Ecuador, sean ocupadas estas, como ya empiezan a serlo, por las naciones limítrofes.
Cuenca, agosto 4 de 1875.  

                                                                  Luis Cordero.

 Este opúsculo escrito por el Dr. Luis Cordero, El Grande, de su excursión a Gualaquiza en Abril de 1875, es la más completa descripción y observación hecha sobre el camino que conducía a Gualaquiza, sobre el estado y futuro de esta colonia que empezada a gestarse y  para ese entonces  tendía a desaparecer por falta de atención del Gobierno en lo que a caminos y puentes se refería; por falta de brazos para desbrozar el monte y cultivar esta feraz tierra; y, por las irrupciones violentas de los nativos.
            Este ensayo de uno de los hombres más prestantes del país, que llegó a ocupar el sillón presidencial y a continuar la gigantesca obra del presidente mártir, Gracia Moreno, fue un aliciente, y un imán para que todo tipo de personas, especialmente industriales, inversionistas, trabajadores del campo, obreros y misioneros se decidan ingresar a este valle lleno de misterios, belleza y prometedor futuro.
            De este opúsculo podemos deducir la inicial historia de Gualaquiza, ya en la vida republicana, encontrar nombres de ciudadanos que vivían y trabajaban en estas comarcas, la forma de vida de los nativos de ese entonces.

Recopilando nombres de estos  primeros colonos encontramos a:

·        Manuel Célleri.
·        José Manuel Valverde.
·        Juan Valverde.
·        Dr. Manuel Dávila.
·        Dr. José  Vega y Ch.
·        Familias Zúñiga y Brito.
·        Antonio Vega (1er. Jefe Político de Gualaquiza).
·        José Antonio Torres. (Presbítero).

Nombres nativos que habitaban el centro parroquial como:
·        Sire.
·        Chumbera.
·        Chacaima.
·        Chiriapa.
·        Humabachi.
·        Cachumbi.
·        Ambusha,
·        Nuñinga.
·        Hualo.
·        Chumapi.
·        Zamareño.
·        Utitia.
·        Cuja.

            Como científico  Luis Cordero, hace una muy detallada descripción de las plantas, sus propiedades  y vegetación existente en todo el trayecto de su excursión, dando a cada una su nombre científico y su valor.

Describe cada parcialidad, tambo, ríos por los que pasa; nombres geográficos que aún se mantienen.

            No descuida el Dr. Cordero de realizar observaciones de los problemas que aquejan a la colonia y hace recomendaciones muy practicas para el futuro de Gualaquiza, enfatizando en los aspectos de vialidad, educación, estudio de la naturaleza, religión; y, sobre todo recomienda a las autoridades del Gobierno, apoyo a la colonización, para descubrir y poblar la antigua Yaguarzongo, que pertenece a Ecuador por títulos legales, pero inexploradas y despobladas con el peligro que ya avizoraba, de que estas hermosas tierras sean colonizadas por países vecinos como así empezó a suceder desde esta época.

            Valga este opúsculo que hemos publicado en varios boletines, para un estudio histórico serio de nuestra historia solariega, de la primera época republicana casi perdida en la bruma del tiempo; y, hoy iluminada por la antorcha de la historia.    FDA.







jueves, 24 de noviembre de 2011

1.852- 1ra.-EXPLORACION MISIONERA





Fray Manuel Plaza.





No será  sino después de más de treinta años, allá por 1852  que vuelve a los jíbaros de Gualaquiza y Zamora el padre franciscano Fray Manuel Plaza, Obispo de Cuenca.


 “El 25 de noviembre de 1852 se internó con felicidad y llegó a Gualaquiza el 7 de diciembre  deteniéndose cuatro días en el Sígsig. 

A su llegada, logró reunir a los jíbaros de Cuchipamba, Bomboiza y Zamora, atrayéndolos con dádivas".

“El Ilustrísimo  Plaza salió de la montaña y unos seis meses después estando en una visita pastoral de su Diócesis (Déleg), una muerte dichosa puso fin a una vida tan larga y santamente ocupada (74 años); con su muerte se evaporaron también todos sus buenos proyectos de evangelizar estas tribus”.

         Para 1.870  arriban a Gualaquiza los padres Jesuitas, traen consigo a  Mercedes Molina y otras dos señoritas colaboradoras; al parecer también traen la viruela que causó tal estrago entre los nativos que estos  se vieron obligados a repeler y expulsar a los misioneros  temerosos del contagio.

Por lo que estos se vieron obligados a abandonar la misión  para 1871.