PINTURA DE JAIME JONES
D. Juan de Salinas Loyola.
Adelantado, Gobernador de Yaguarzongo
y Bracamoros, Corregidor y Justicia Mayor de Loja Zamora y Cuenca, fue nombrado
y distinguido con estos cargos por el Virrey del Perú Don Andrés Hurtado de
Mendoza.
Una vez que
retornó de Lima agradeciendo estos nombramientos y teniendo en mente como una
obsesión el establecimiento en esta vasta región oriental un “Reino” a la
manera que lo estableció Hernán Cortés a quién sirvió en calidad de
soldado durante la gesta de la conquista
de México; da inicio a la organización de expediciones o como en el argot
español se llamaban “cabalgadas”, esto
es incursiones ligeras con un fin determinado y dirigidos a centros poblados
para capturar indígenas que labrasen y explotasen zonas auríferas.
Don Juan de
Salinas estaba autorizado a explorar fundar y poblar pueblos o ciudades en
nombre de su majestad el Rey de España a la sazón Felipe II.
Con esta mira y habiéndose
iniciado las expediciones por parte de otros
gobernadores y capitanes en diferentes regiones orientales de la Audiencia
de Quito, decidió asegurar la prioridad de sus derechos de descubrimiento sobre
su Gobernación.
Personalmente Salinas Loyola dirigió
varias increíbles expediciones a la región sur este de su gobernación en el oriente amazónico, fundando ya sea personalmente
o comisionando a sus Capitanes, varias ciudades como Valladolid, Santiago de
las Montañas, Borja, Nieva etc.
Comisionó
especialmente a su sobrino Don Bernardo
de Loyola y Guinea la exploración sur occidental del curso del río Zamora
en la región de los jíbaros, autorizándole fundar ciudades y poblarla con
encomenderos españoles en los parajes más a propósito y en donde se pueda
reunir a los naturales y repartirlos entre los encomenderos que se avecinen en
la ciudad.
Juan de Salinas
Loyola invirtió en reclutar las huestes de soldados, armas, bastimentos, indios
portadores, caballos, baratijas de poco valor para intercambiar con los indios
oro y alimentos; costumbre fue ya entre los españoles por la experiencia de
otras cabalgadas o expediciones llevar
pipas de vino o aguardiente que tanto gustaba a los naturales; “un recurso de brillante futuro en las
colonizaciones posteriores “.
La hueste que
componía la expedición lo formaban soldados y capitanes españoles con los
cuales no se acordaba sueldo y todo se pactaba y quedaba a expensas de los
beneficios que se pudiesen obtener y
repartir en la empresa.
Diciembre 1574.
El
día señalado para la partida de la expedición, tras el consabido ritual
de arengas D. Juan de Salinas Loyola dirigiéndose a la hueste decía:
Soldados, vais camino de escribir gloriosas páginas de
historia, vuestro servicio a Dios y al Rey serán premiados con tierras y encomiendas que os harán muy
ricos. La región a la que os encamináis
guarda dentro de sí tanto oro que hará la felicidad de vuestro soberano
y de vosotros mismo.
Sujetad valientemente a los salvaje, apaciguadlos
pacificadlos confinándolos dentro de vuestras respectivas encomiendas, y
hacedlos trabajar las minas.
Vais con el intrépido capitán mi sobrino Don Bernardo,
acatad sus órdenes como si fuesen las mías propias, lleva mi confianza, mi
respaldo y mis instrucciones. – Que Dios y su Inmaculada Virgen Madre os guarde y proteja en esta cabalgada. –Viva
el Rey.-
Luego de la misa
de rigor, D. Bernardo acompañado de sus capitanes a caballo, la tropa, los
indios porteadores que cargaban pesados fardos salían de las goteras de la
ciudad de La Purísima Concepción de Loja la primera semana de diciembre de
1574, quedaban atrás parientes y amigos que salieron a despedirlos un buen
trecho.
D. Juan de
Salinas los veía partir, su “sentido del
honor inseparablemente acompañado de su sed de grandeza (su morbo por el oro) constituyó
como constituía a todo conquistador, uno de los rasgos principales de la acción
emprendida por los españoles
en defensa de su fe y en nombre
de su Rey”.
Bernardo de Loyola, Capitán de esta cabalgada cuanto su
tío mismo se enteró de la primera entrada que a estas regiones había hecho el
Capitán Pedro de Vergara, quien siendo el primer gobernador de Yaguarzongo y
Bracamoros incursionó en la región reconociendo la hoya del Zamora y el Chinchipe.
En 1541 Pedro de Vergara fundó la ciudad de
Bilbao cerca de la confluencia del río Upano y el Zamora. Fundación efímera ya que tuvo que levantarla
casi de inmediato al recibir el llamado que le hizo el Lcdo. Cristóbal Vaca de
Castro a la sazón Gobernador del Perú,
disponiéndole que con su gente viniese a contribuir y derrotar a Diego de
Almagro (el Mozo) que habiendo asesinado al marqués de Atavillos Francisco
Pizarro, se había alzado y hecho proclamar Gobernador del Perú. Vergara tomó
toda su gente, alzó la fundación y
partió a unirse con Vaca de Castro.
La expedición que
salía de Loja continúo su camino siempre agotador especialmente por
el asenso de la cordillera, el páramo y el frió fueron sus principales
enemigos; trasmontaron la misma y la cabalgada de españoles podían ver ya los
verdes valles orientales especialmente la cuenca del Zamora; descienden por el
flanco oriental y poco a poco van sintiendo el calor del valle y la tupida
selva que les sale al paso.
A partir de
entonces los castellanos abren sus ojos a la admiración que les produce la deslumbrante
naturaleza que contemplan.
Avanzan por una región tropical exuberante, la
tierra caliente donde los frutos y las flores se suceden unas tras otras en un
círculo no interrumpido por todo el año y donde los bosques se hallan habitados
por pájaros de innumerables colores, monos de varias especies, fieras, víboras, sajinos y un
sinnúmero de insectos cuyas esmaltadas
alas brillan como diamantes y esmeraldas con el refulgente sol del
trópico.
Los gigantescos
árboles con sus raíces impiden el avance de los caballos y andantes, se
entretejen entre ellas profundizándose en el suelo o ya emergiendo nuevamente a
manera de serpientes rastreras y enormes sobre la superficie, los
barrizales por donde hay que pasar
obligan a la cabalgada a bajar de sus caballos
y continuar a pie, el lodo llega a
las rodillas de la gente el avance se hace cada vez más lento.
Árboles enormes
caídos obligan a dar grandes rodeos, las espadas y las hachas son insuficientes
para abrirse camino en la espesura de la selva, miríadas de mosquitos como
nubes aparecen de pronto obscureciendo la visión de los expedicionarios con la
consiguiente molestia y temor.
Luego de una
agotadora travesía por terrenos farragosos
y oscuros, pues debajo de los árboles el sol casi no penetra; la
cabalgada se alerta al oír el rumor de
un rió grande que los conduce a una amplia y despejada playa, han llegado
al río Zamora.
Descansa la
hueste y planean continuar la expedición rió abajo, por la orilla hasta tanto
dar con indios naturales y canoas para
el descenso.
El Zamora corre
presuroso y caudaloso, constituye una avenida amplia y hermosa de penetración
fácil a su fértil valle lleno aún para los expedicionarios de
misterio.
Caminando un poco
por la orilla de este río y por senderos ya trazados por los mismos
naturales pronto dan con una enorme
choza jíbara cuyos moradores al oír el ruido de la cabalgada de hombres blancos
y al verlos dirigirse a su choza se llenaron de temor y a carrera por la sorpresa se internan en la selva, no querían
ser nuevamente víctimas de la esclavitud y el abuso en el que
cayeron al primer encuentro que tuvieron con estos hombres.
Cautelosamente recorren el río, comienzan a oír el sordo pero muy perceptible sonido de una
especie de tambor que los jíbaros hacían retumbar en la floresta, desconocen el
significado pero ya suponen ser un llamado
de aviso a sus connaturales. Por desconocer el río van despacio muy
cerca de su orilla, bajan cautelosamente y muy alertas a cualquier ataque que
pueda darse por parte de los nativos, lanza en ristre y mecha prendida en más
de un arcabuz.
El río Zamora
corre ya caudaloso y veloz, lo que facilitaba en gran manera la travesía de la expedición,
los nativos sorprendidos y escondidos veían pasar a los blancos y no acertaban a reaccionar a
tiempo ni hacer alguna resistencia.
Dos días demora a los expedicionarios llegar a la
confluencia del Zamora y el Yacuambi sitio en donde años atrás Alonso de Mercadillo, el fundador de
Loja, había junto con sus capitanes fundado
la ciudad de Zamora de los Alcaides, el
6 de octubre de 1549.
La ciudad de
Zamora que encontró Don Bernardo, si la podíamos llamar ciudad consistía en
pocas chozas de paja y paredes de bajareque, había una choza destinada a
capilla con otra adyacente que hacía de
habitación al cura de montaña.
Encontraron
contados españoles que a la fecha tenían juntos no más de cincuenta indios encomendados y destinados a la mita de las
minas y cultivos de subsistencia; se informa que en esta comarca existen excelentes
minas de oro como la de Nuestra Señora de Nambija pero por
falta de indios no se pueden labrar como
es debido; que el clima y el hostigamiento de los jíbaros hace muy penosa la labor y que han muerto
muchos indios traídos de los repartimientos de cañaribamba y algunos españoles
por esto del clima las enfermedades y los jíbaros; que estos son muy huidizos, temerarios y agresivos
que no se los ha podido
reducir sino a costa de regalos o
mucha fuerza, pero como conocedores de la selva
apenas oyen el llamado de ella desaparecen, que para sojuzgarlos y
reducirlos a obediencia se requiere de
una armada.
Un guía español residente en esta “ciudad” de
Zamora había informado al capitán Loyola de un asentamiento en donde mucho
antes de la conquista los indios naturales de la sierra bajaban a lavar y
minar oro para sus caciques; se deciden
tomar aquel camino que no está lejos y
que continúa río abajo hasta la confluencia con el río que los jíbaros
llaman Bomboiza, por el cual hay que subir hasta la confluencia del llamado Cuyes que
baja de las montañas que dan hacia el corregimiento de cañaribamba encomendado
a Don Juan de Salinas y Loyola, de esta confluencia río arriba a una
jornada está el asiento minero que fue
de los gentiles cañaris; que por estas montañas no está lejos salir a Cuenca, y
que en medio están los pueblos de Sígsig y Gualaceo de donde se puede sacar
indios para la encomienda.
Las humaredas que
a su paso y en las montañas altas ve Don Bernardo delatan la presencia de los jíbaros
a los cuales tendrá que reducir para la labor de las minas tarea que ya
vislumbra será muy difícil.
El guía español
ordena hacer alto a las canoas que velozmente surcan el Zamora hasta donde
pudieron observar que a este desaguaba un rió grande que venía del lado oeste,
era el Bomboiza; con dificultad ya río arriba dejando los remos y tomando
palancas lo surcaron casi todo un día, muy por la tarde llegaron a
la confluencia del río que remontaban con otro, el Sangurima, tomando el
brazo izquierdo continuaron bregando río arriba por el Cuyes,
estaban cerca de su destino, el río hace dificultosa su navegación por los que
deciden descansar en su orilla para continuar al siguiente día .
Continuando la
marcha, a una jornada dieron con un
pequeño valle en el que observaban muchos vestigios de un asentamiento
abandonado de indios y mucho rastro de que aquellos se dedicaban a la labor de
las minas.
Don Bernardo ordenó levantar un campamento a
orillas de este río, entre dos riachuelos que bajaban de las montañas y mandó
por la retaguardia que había quedado atrás.
Levantado un
pequeño y precario campamento ordenó la exploración del lugar y cateo de la
zona en busca de placeres o lavaderos de oro.
Del cateo resulto
que la zona es altamente productiva pues
se encontró en la arena del rió granos
menudos de oro y socavones labrados por
los indios en varias partes, por lo que D. Bernardo dispuso la conveniencia de
fundar una ciudad para poblarla de españoles encomenderos con sus indios de
repartimiento; el futuro lo veía muy promisorio.
Juntó a sus
soldados y a los indios que con él
traía, luego de limpiar un claro del bosque mandó clavar en el medio una cruz
improvisada de madera, hincó su rodilla
y clavando su espada en el
suelo declaró que en nombre de su majestad Felipe II, y
para honra y Gloria de Dios Nuestro Señor, fundaba como efectivamente lo hacía,
con los poderes que el Sr. Gobernador de Yaguarzongo y Bracamoros lo había
concedido; la ciudad de Santa Ana de
Logroño de los Caballeros, nombre que evocaba la ciudad natal de su estirpe
allá en la lejana madre patria; era la víspera de la navidad del año 1574.
Acto seguido hizo
el trazo de lo que sería la ciudad, asignando solares para la iglesia, un
convento, la casa de gobernación y cabildo, el cuartel y desde luego solares
para los que le habían acompañado en esta empresa y para los que en lo futuro
deseen avecindarse en esta ciudad, se trazaba dejándose las debidas calles de
acceso y la plaza de armas.
Fundada la
ciudad era menester dar aviso de ello al Gobernador Juan de Salinas Loyola para su confirmación;
y, sobre todo hacerle una relación minuciosa de la expedición en lo relacionado
a la grande noticia del descubrimiento de excelentes sitios para la explotación
del oro; así mismo solicitarle el envío de cuanto español quiera avecindarse
con autorización del Gobernador y la imperiosa necesidad del envío de indios
para labrar las redescubiertas minas; que al momento es harto difícil realizar
cabalgadas de sometimiento
y reclutamiento de jíbaros que al
parecer se han adentrado muy a la montaña y que para ello se requiere de una
fuerza mayor de armas y soldados. Por el momento la zona parece tranquila se ve
a lo lejos las humaredas de las casas de los naturales, y no dejándose oír a la
distancia el clásico sonido de sus tambores.
Con toda la
relación hecha al Gobernador se decidió enviar
los mensajeros por la vía del occidente camino a la provincia de Cuenca.
Sabedor Juan de
Salinas la buena noticia confirmo la
fundación de Logroño de los Caballeros
hecha por su sobrino, y dio comienzo a la tarea de buscar pobladores españoles e indios para
esta nueva ciudad en su gobernación.
No faltaron españoles encomenderos que se
pasasen a avecindarse en Logroño. Esta ciudad fue poblada casi de inmediato, la
fama de sus minas y lavaderos de oro atrajo a muchos españoles.
Fue cabeza de
cinco curatos y se labraban las minas con muchísimos indios encomendados a los
españoles que se repartieron a lo largo
del valle del río Cuyes, Bomboiza y
Sangurima (Cuchipamba).
La riqueza de sus
lavaderos de oro pronto la transformo en
la ciudad más rica y populosa de la gobernación de Salinas; y, del sur oriente.
La región de
Logroño está llena de pequeños ríos y arroyuelos, en los cuales hay gran riqueza; en el año 1.575 se
descubrieron tan buenas minas en los ríos que sacaron los vecinos de la ciudad
más de ochocientos pesos de oro, y era tanto la cantidad de este metal que
muchos sacaban en la batea más oro que tierra.