La
expedición de 1.816.
Este guerrero
shuar de estatura mediana que tiende más bien a baja pero ancho y musculoso, su piel varía del
rojo cobre a morena, de ojos ligeramente rasgados, es el primer nativo jefe de
una muy numerosa familia en tener noticias de su próxima llegada .
Escondidos en las
tupidas selvas los vigías han observado el paso de los apachi por los mismos senderos abiertos por los
dueños de la floresta. Van pasando cansados, hambrientos cargados de fardos en
harapos desgarrados por el monte, el lodo y la pertinaz lluvia que no cesa pese
al abrumador calor que en vapor se eleva y cubre el bosque de una neblina
cálida, torna el panorama
misterioso y temible.
Adelante en una
cansada mula el jefe apache vestido de
largo tarachí su cara color de yuca cubierta de pelos, lleva en su pecho un shauk del que cuelga dos pedazos pequeños de madera cruzados. Tras
de él varios hombres a caballo llevan
arma a la mano, otros lanza y espada, siguen sus pisadas sudorosos y cargados
un grupo de apaches que arrean sus mulas.
Estos
detalles informan a Katip quién desde hace varios días escuchando el tunduli se inquietaba por estas noticias. Katip sabe
ya, vio en sus sueños que una enorme multitud de extraños se pondrán en camino
hacia sus montes ríos y valles que comparte con sus vecinos de selva.
Desde ya teme lo
peor, no tiene idea alguna de los fines reales que persiguen estas gentes, pero
en su opinión su llegada no presagia nada bueno.
El territorio de Katip se extiende en una
planicie cercada por pequeños ríos que desaguan en el río Bomboiza, por el sur
su territorio comprende un anchuroso valle que va a dar en las orillas del río
grande y por el oeste hasta la gran muralla de la cordillera de entrada al
mundo apachi.
En estos tiempos Katip es
reconocido por sus vecinos como el gran
capitán, aunque no es su jefe de clan, lo temen y respetan.
Los amplios
valles de este territorio se encuentran divididos en varios clanes nativos,
vecinos de Katip son: Kupiam, Huambash, Nantip, Peas, Chump, Naranza, Tiwiram y
otros que esparcidos por la selva ocupan
el valle hasta las orillas del Bomboiza,
otros valles como los que están a las orillas del Zamora también están ocupados
por los clanes de los Tsukanka, Kukush, Naichap, Naikiai, Tukup, Huambash y
otros. Estos clanes no son confederados por sus constantes rencillas internas,
lo que Katip teme favorezca a los
invasores.
Muchos años antes
de que Katip naciera los ancianos de su clan, esto es su padre, abuelo y
anteriores ancestros solían como
aún Katip lo hace, reunir a los
suyos muy de mañana y narrarles su
pasada historia con estas palabras:
“Todos los días
antes de nada ustedes deben buscar en sus palabras la luz de su vida; luego
busquen la luz del sol. Siempre así dije, siempre así diré hasta tener voz;
cuando mi voz se apague, la de mi hijo mayor repetirá a sus hijos y nietos, y estos a sus hijos y
nietos, hasta la última generación.
Los antepasados de ustedes así lo hicieron y así lo dijeron, y así se hará siempre. Así es “.
En su temeroso
silencio Katip recordaba que no hace mucho su padre les había dicho y recordado
lo que le dijo su padre y el padre de su padre; y, que hoy todos
reunidos a su alrededor muy de mañana como todo nuevo día respondían ¡maágketa¡ (así sea). Su abuelo siguiendo esta misma costumbre shuar
decía y lo repetía su padre y ahora él:
_ “ Antes de que
yo existiera, los shuar ya existían ellos salieron de la madre laguna
(refiriéndose al mar) todos los
presentes exclamaban ¡ nikatsán ¡ ( es cierto ) .
_mi abuelo
todavía no existía y ya existían los shuar, ji ji (si si) exclamaban.
_No existían los
padres y los abuelos de nuestros padres; y, los shuar ya eran dueños del monte,
de la llanura, de los ríos y de la selva, hasta el ti unta canuza somos
los señores de todo”
_ ¡Maagke! (Bien)
contestaban al unísono.
_ Los shuar del
otro lado del río, son todos nuestros parientes y amigos.
_ ¡Maagke! ¡Maagke! respondían.
_ “Nadie nos hizo
nunca bajar la cabeza”.
_Tsa, Tsa (no, no,) decían.
-
“Llegaron unos indios prepotentes de los montes de donde nacen los grandes ríos
– quisieron someternos a sus leyes, y
nosotros nos fortificamos en los bosques”.
_Ji, ji tii
tii (si, si, más, más) pedían los presentes.
_“Llegaron de la
inmensidad del agua los apache de caras blancas
como la yuca y peludos como los
osos”.- ¿y bien? - hicieron muchas cosas – querían someternos.
Los shuar
destruyeron todas sus casas, mataron a los apache, muchos muchos, innumerables,
no se puede contar con los dedos de la mano y pies de todos los shuar juntos.
Sus mujeres incluso las del Yusa (Dios)
se convirtieron en nuestras mujeres, Logroño, Zamora, Sevilla de Oro, cayeron
bajo nuestras armas. Ahora en su lugar no encuentran ustedes más que la obscura
selva, donde los shuar pisan con su pie triunfante la antigua soberbia de los
apachi. – es cierto es cierto gritaban.
_ Y nosotros
hemos quedado dueños y libres de plantar yuca, lo mismo el plátano- bien, bien.
_ “Desde entonces
la chonta ha madurado diez veces por tres veces
(300 años).
“Muchas veces los apachi nos han querido
oprimir, y siempre los hemos rechazado”.
Su viejo abuelo
recuerda Katip, como luego lo hacía su padre y él mismo seguía con su narración
diaria, recordaba a su clan de sus enemigos y la obligación de sus hijos de
vengar con la muerte, a uno por que hace tres años lo insultaron, al brujo por
que hizo morir a su padre, a otro por que se robo una hermanita de su padre
cuando aún era pequeña – la robó- decía, si él no muere, morirá el padre de
ustedes.- debe morir decían. En este punto llegaban las mujeres llevando
primero a Katip una infusión tibia de guayusa.
Katip luego de
beber wais en su pinink terminaba su discurso así:
“Yo tengo hijos para que me venguen; es el
más sagrado de sus deberes. Bendito el hijo que venga a su padre. Su casa
siempre estará llena de yuca, chonta y deliciosos plátanos, su campo será
fértil, en su casa beberá la chicha, sus cerdos se multiplicarán, sus perros
cazarán osos, monos, jabalís y toda clase de presas, sus redes se llenarán de
peses; terribles serán sus lanzas; segura su flecha envenenada cuando salga de su pukuna
y donde quiera que vaya esparcirá el
terror, incluso los espíritus de la selva
tendrán respeto y no irán a ahogar a sus hijos en sus playas ni en el
seno de sus mujeres; su familia será numerosa; los hijos serán valientes como
su padre, e incluso si el iguanchi o algún brujo lo matan, el
vivirá con las comidas que sus hijos
pondrán al lado de su cadáver y se defenderá
con la lanza que le pondrán en la mano”.
A estas palabras
todos contestaban -así sea-.
Maldito el hijo cobarde – decía Katip, como lo decía
su padre.-Maldito el hijo cobarde que no
venga a su padre y deja sus cenizas
humilladas y confundidas en el polvo;
ojala no tenga hijos que lo defiendan;
sea víctima de sus enemigos, y su
cadáver sea abandonado sin comida y sin lanza que no pueda vivir después de la
muerte; sus cenizas sean llevadas en continua tempestad por el viento en las regiones oscuras del
olvido; o pisadas por el inmundo pie de sus enemigos; su cabeza sea trofeo del
que lo mate, y en su cráneo beban la
chicha* .- Así sea, así sea,
respondían los presentes .
Katip recordaba
que su padre había vengado ya los ultrajes sufridos por su padre y, a él
tocaba aún vengar al suyo, pensaba que debía darse prisa y hacerlo antes de la
llegada de los apachi ya que sus enemigos podían aliarse con ellos y acabar con
él; le resultaba trabajoso calificar el
peligro que le asechaba por lo que pedía a sus agentes doblar la vigilancia y
que lo tengan continuamente informado de cuanto hagan los invasores; dispuso
así mismo vayan sus hijos en busca del viejo Zamata, del viejo Naranza y
Entzakua, vecinos y aliados del momento, para hacer una fiesta y tratar sobre
el nuevo avance de los apachi.
EL CONCILIO.
Katip muy temprano se levantó
ese día y como de costumbre levantó a todos los suyos que reunidos a su
alrededor escuchaban atentamente la
narración cotidiana.
Aún no despuntaba
el alba y los perros de Katip ladraban incesantemente a la vez que se
escuchaba el grito de los invitados
dándose a conocer y solicitando el riguroso permiso para pasar a la casa
del anfitrión.
La jea lucía muy
limpia, Katip a propósito había ordenado su arreglo para la ocasión; en el poste
interior central de su casa colgaban
cinco sendas e infaltables lanzas con punta de acero, amarradas al poste así
mismo pendían sus umi o
cerbatanas y su escudo de madera
que colgaba de un bejuco servía
de único adorno de la casa.
Katip
para esta ocasión lucía en su cabeza ya perfectamente peinada su hermoso tentem
de plumas amarillas y rojas de tsukanka, alternadas en simétricas franjas;
este aro de gala lo adquirió a unos jíbaros del Pongo que se aventuraron a asomarse por
el Zamora.
Lucía el Jefe de la casa su famoso y gran
collar shauk exclusivo de los
grandes capitanes, hecho con dientes de diez
tigres que a la fecha el mismo
los había cazado, y ensartados con semillas de
kumianku le llegaba hasta la
cintura donde rozaba con su cinturón o akachu,
hecho con cordoncitos de pelos humanos, cinturón que sostenía su largo itipi.
Al oír el llamado
del viejo Naranza, el primero en presentarse a la cita, autorizó a este a
entrar a su casa. Naranza era un viejo uwishin
(brujo), después del largo y riguroso saludo hizo sentar al brujo y pidió a su mujer que le brindara nijamanchi (chicha de
yuca).
En tanto Naranza
bebía se oyó la llegada de Zamata y
Entzakua que se encontraron en el camino llegaron juntos.
Estos tres jefes
de clan vestían sus mejores galas, fueron recibidos por Katip con mucha
solemnidad para que los acompañantes de sus visitantes que no eran pocos vieran
lo cortes y amistoso recibimiento que el visitado daba a sus amigos.
Todos sentados en
círculos, los jefes delante y junto a Katip, los acompañantes atrás sin soltar
sus lanzas dieron inicio a la junta, no
sin antes haber bebido copiosamente la chicha que de antemano y a propósito las
mujeres de Katip habían preparado desde el día anterior.
El capitán y
anfitrión para hablar pidió silencio a todos con imponente voz sentada en su chumpi
(asiento del jefe) comenzó diciendo:
En mi ayamntay
pasé dos días soñando, vi como mis antepasados y los antepasados de mi
pueblo llegaron a esta región y aquí
hemos plantado nuestras casas y nuestras huertas, el bosque nos provee de
alimento y protección y por muchas y muchas cosechas de chonta habitamos estos
montes.
-
Vi como nuestros antepasados siempre rechazaron al
invasor que de tiempo en tiempo bajaba de las altas montañas.
-
Nunca hasta hoy nos
han vencido, nuestra fuerza y nuestras armas siempre los han rechazado.
-
Hoy sabemos que una nueva invasión de apachis se
acerca, vienen armados y traen como capitán un blanco de largo tarachi negro, traen
caballos, perros, y traen regalos.
-
-Nosotros nos hemos debilitado luchando entre nosotros,
nuestras venganzas deben detenerse, debemos unirnos para enfrentar a los
invasores.
-
Vi en el sueño como estas gentes bajan de sus altas montañas hambrientos, dispuestos a todo, ven en
nuestras tierras y huertas su única salvación, por ello van a luchar en contra
nuestra, por ello quieren imponer su fuerza.
-
Vi que nos conquistan
más que con la fuerza, con su chicha
con sus perros, con su astucia; vi un abismo al que nos empujan y en el que desaparecemos.
Los viejos que
escuchaban a Katip, decían que también en sus sueños habían visto el futuro que
los depara, su raza vencida por la astucia del apachi, sus tierras usurpadas,
sus clanes desplazados, su hambre; y, sobre todo privados de su venganza.
-¡Que hacer! Se preguntan todos ¡Que hacer!
Usar la astucia
dijo Naranza - recibir a los extraños, observar sus costumbres, aprender de
ellos y cuando sepamos de ellos esto y sus intenciones actuar; para eso estamos y estarán nuestros
hijos y los hijos de los hijos de nuestros hijos.
Zamata dijo que ya había reunido a los suyos y que habían tomado la determinación de
resistir, de atacar y emboscar a los invasores
en lo más tupido de la selva a
orillas del río acabando con todos
ellos.
Entzakua gritaba que cuenta con el apoyo de sus
vecinos y que están a la espera de la decisión que Katip y sus aliados tomen.
Luego de una casi
interminable plática de los reunidos que
ya habían bebido bastante chicha, resolvieron esperar y salir al encuentro de
los apachis que debían estar cerca de llegar y de seguro
por la pica de Katip llegarían primero a
su casa.
Se decidió
enviar una comitiva de recepción
para que los inviten a visitar la casa de Katip.
LA EXPEDICIÓN.
EL grupo de avanzada que tanto
preocupaba a los nativos de la región, habían organizado la expedición
en la ciudad de Cuenca, su propósito fue descubrir y reconquistar la legendaria y otrora ciudad de Logroño de los Caballeros o Ciudad de Oro, rica ciudad fundada por
los españoles y arrasada por los mitayos coaligados con los nativos.
La fama de esta
ciudad y sus lavaderos de oro habían despertado en muchos cuencanos el deseo de
reconquistar estos territorios por su oro y el deseo de atraerse a los
nativos por medio de la evangelización.
Fray Antonio
José Prieto,
Misionero franciscano del Colegio de Propaganda FIDE de Ocopa, despertó entre
los vecinos de Cuenca la posibilidad y “deseo de descubrir estas ruinas para volver
a explotar sus lavaderos de oro, de cuya
riqueza divulgaba cosas increíbles la fama pública, se habían esparcido
noticias muy curiosas acerca de las ruinas de la ciudad y la riqueza acumulada
allí; durante más de veinte años no dejaron de hacerse
investigaciones para dar con tan buscadas ruinas”.
La nueva táctica
ya no era el uso de la fuerza armada que anteriormente fue un fracaso, sino una
combinación misionero-soldado.
Aún
se recordaba que luego de los asaltos a Sevilla de Oro y Logroño que horrorizó
a los españoles por los asesinatos que se dieron; se recordaba la
expedición ordenada por el propio Virrey
de Lima que dispuso el avance de un destacamento de caballería, quienes se
encaminaron a Logroño de los Caballeros donde solo hallaron sus cenizas y una
multitud de cadáveres insepultos, y sin que diesen con el paradero de los
indios y jíbaros, para escarmenarlos por sus hechos, los soldados del ejército
expedicionario empezaron a enfermarse tan gravemente que el fin, después de
ocasionar muy crecidos gastos en esta inútil correría tuvieron que regresar muy
menoscabados.
Salió
el Virrey escarmentado de este fracaso que no quiso insistir en otra nueva
empresa por cuenta de la corona, sino más bien alentó empresas particulares
estimulando con buenos premios.
Fray Prieto
había investigado todo lo relacionado
con la fundación y desaparición de Logroño, interesando la empresa a varios
cuencanos que estuvieron prestos a financiar la expedición, alegaba tener orden
del Virrey del Perú, Don José Abascal,
Marques de la Concordia para descubrir
lo que fue la ciudad de Logroño,
se puso bajo las ordenes del Gobernador Interino de Cuenca recibiendo por ello
una subvención de mil pesos de la dicha
ciudad.
A las ocho de la
mañana del día señalado, recibida la bendición del Obispo,
despedidos de sus parientes y otros religiosos de la comunidad franciscana que
les auguraban un feliz éxito, la expedición emprendió su viaje.
Lentamente avanzo
la cabalgada rumbo a la selva.
A Fray Prieto acompañaba José María Suero, conocedor de la lengua jíbara y por ello iba como
intérprete; un buen trecho fueron acompañados por varios entusiastas amigos y
parientes hasta donde el río Cuenca entra al cañón del tahual difícil camino a
Gualaceo paso obligado al Sígsig, pequeño pueblo ubicado a las faldas de la
cordillera oriental de los Andes, muralla natural que separa los pueblos
civilizados de aquellos que se encuentran y permanecen “umbra mortis “.
El lento ascenso
a la cordillera se hacía más dificultoso por el frío y constante páramo que se
hacía más fuerte conforme se iba ascendiendo la montaña no sin mucho trabajo y
siguiendo un casi irreconocible camino de herradura trazado a fuerza de pisadas
humanas y de bestias que por estos parajes
se aventuraban, la cabalgada pudo trasmontar el páramo de Matanga. Desde
su cumbre se divisaba ya un profundo y extenso valle rodeado de altísimas
montañas, más allá del horizonte visible entre la penumbra y la neblina estaba
la región de los terribles jíbaros.
Descender la
cordillera por el flanco oriental resultaba más difícil que su ascenso;
conforme se bajaba se encontraba a cada paso profundos abismos que había que
darles grandes rodeos, la vegetación iba en aumento, de pajonales se pasó a
casi impenetrables montes, árboles gigantes salían al paso, enormes troncos
yacían en el suelo de lo que algún día fue un gigantesco árbol obligaban a
rodearlos, los caminos y huellas se perdían, no quedaba más que seguir la
orilla y el curso del rió llamado Sangurima que con seguridad desaguaba en el
río Zamora.
El descenso
parecía interminable, profundos abismos se abrían para dar paso a quebradas y
riachuelos que con ímpetu bajaban de la montaña. No pocas veces estos
riachuelos detendrían a los expedicionarios, había que tender puentes a fuerza
de trozar árboles de su orilla de tal forma que al caer sobre el riachuelo
facilitaban a manera de improvisados puentes
el paso de la gente; caballos y mulas debían pasar por los torrentes con
el peligro de ser arrastrados por el agua .
La cabalgada tomó
desde su inicio la orilla del Sangurima, ascendía y descendía pequeñas montañas
ubicadas en esta orilla y cada vez se ensanchaba el sendero trazado por huellas
humanas que de seguro los llevaría a su meta.
Desde alguna
cumbre y en momentos que la niebla se disipaba se apreciaba ya el amplio valle,
se veía humaredas en la floresta señal de asentamientos jíbaros, de rato en
rato se escuchaba el retumbar como de un enorme tambor que en forma cadenciosa
y rápida daba señales a los dueños de la floresta la presencia de extraños.
Fray Antonio,
desde el que parecía el último cerro al
pie del valle divisó ya en un claro del bosque una enorme casa jíbara de la
cual salía copioso humo. Detuvo la cabalgada, mando construir y colocar una
enorme cruz de madera y la clavó en este sitio. Anotó en su diario el descubrimiento de la tribu de los
Gualaquiza, era el 2 de octubre de 1.816.
De pronto se oyó
gritos de los nativos anunciando su presencia, Suero calmó a los españoles y a
los indios cargueros que escuchaban con sobresalto y temor los formidables
gritos de los jíbaros que se acercaban, por la vegetación no eran visibles.
Los saldados
precavidos prepararon sus mosquetes y se pusieron en guardia, los indios
agazapados en torno al fraile esperaban temerosos el desenlace del encuentro
con los nativos que no se hicieron esperar, de súbito, sin temor estaban frente
a frente al hombre de largo tarachi.
Los shuar no eran
pocos, Katip envió más de una docena de
ellos a manera de comitiva, otros se ocultaban curiosamente en la floresta
respaldando su embajada y observaban.
Los enviados de
Katip, lucían sus mejores prendas, antes de la entrevista con los
expedicionarios se habían aderezado sus mejores adornos peinado impecablemente
y lavado en un pequeño arroyo cercano, así, pulcros y elegantes con la cabeza
erguida y sin soltar su infaltable lanza, con gestos amistosos pero no
humillados se colocaron frente a Fray José
y con Suero de interprete se dio inicio a la entrevista.
-
Yáitiam? - quién eres, le dijo el jefe de la embajada.
-
Tuyam winiam - de dónde vienes.
-
Ame náaram yait - tu nombre cual es.
-
Ame jeemsha, tuimpiait - tu casa también donde
está.
-
Tuí wéam - adónde vas.
-
Urukámtai winiam - porque vienes.
-
Aúsha yáit - el también quien es.
-
Mesét áwak - guerra hay?
-
Atsa atsaniai - no, no hay dijo el
interprete.
-
Ame pénker áitme - tú, bueno eres.
-
Wi pénker áitjai - Yo bueno soy.
Suero como intérprete casi ni pudo
contestar de inmediato el interrogatorio, pero una vez que el nativo calló y mostrando a los expedicionarios le dijo:
Au pénker ainiawai - ellos buenos son.
Apachitjai - colonos somos
Cuencaniúmia winiájai -de Cuenca venimos.
Ee, irástajtsan winiajai - vengo a visitar.
Winitiá, winitiá - ven, ven.- dijo el nativo shuar, y señalando con la
mano el sendero pidió que lo siguiesen.
Todos se pusieron
en camino tras el grupo shuar que descendió lentamente camino a la casa de
Katip.
La cabalgada se
detuvo frente a su enorme casa,
solemnemente parado frente a
ella, en cuanto estuvo Fray José frente
a frente le dijo:
-
Yáitiam.- Quién eres?
Suero le contesto.-Uunt
wea tayí - el sacerdote ha venido.
-Urúkamtai tai.- Por que ha venido?- le replico.
Arutma chichamén etsérkataj – tsa, tayi - De Dios su palabra va a
anunciar –diciendo, ha llegado.
Katip, asintió.- Ayu, ayu, -
bueno, bueno, y acto seguido indicando con sus manos dijo: Winitiá (ven), les invitó
pasar adentro de su casa.
La casa de Katip
era muy espaciosa y limpia, el P. Prieto, Suero y algunos soldados
entraron, el jefe de ella dispuso que se sentaran y que
sus mujeres trajeran chicha y comida a
sus invitados.
Era la primera
vez que Katip veía de cerca la cara de los blancos extraños, eran como le
habían informado, color de yuca, y peludos
como el oso.
Gracias al intérprete
se pudieron relacionar, Katip sabía por tradición que los blancos vienen a su
tierra por el oro, sabía de antemano por las historias contadas diariamente por
sus mayores la forma de actuar de los apachi, y la manera en que sus entradas a
la región habían terminado violentamente. Junto a Katip se encontraban varios de
sus amigos y vecinos que escuchaban y miraban atentamente y llenos de
curiosidad a los apachi.
Los
expedicionarios descargaron sus equipajes frente a los nativos, que miraban
absortos cuanto traían los blancos, cosas muy desconocidas para ellos, veían sus
espadas, sus puñales, sus armas de fuego, su calzado, sus vestidos, todo les
llamaba mucho la atención, pero no se atrevían a tocar nada sin permiso.
No hubo mayor
sorpresa que el momento en que Fray José, sacando de su equipaje unas baratijas
ofreció en regalo a Katip y a todos los presentes, cuchillos, cuentas de
vidrio, hilos de color, pequeños espejos en los que se miraban su cara y reían
a carcajadas, esto animó mucho a los nativos quienes ofrecieron a su vez traer
al siguiente día también sus regalos.
Pronto toda la comarca al saber la llegada de los
blancos en casa de Katip se vino a
conocerlos y recibir regalos de ellos, traían para intercambio frutas de la
tierra, yuca, pescado, aves de vivos colores disecadas, y carne de sajino.
Fray José Prieto,
a través de su intérprete, trató y logro que Katip le permitiese levantar en
algún lugar cercano una capilla y casa para el misionero, le habló de la
ventaja de ser amigos y protegerse mutuamente de sus enemigos, de la
conveniencia de vivir cerca uno de otro formando un pequeño pueblo de blancos y
nativos para conocer mejor a Dios y comerciar mutuamente.
Katip aunque
cauteloso y mirando la actual conveniencia de aliarse con los apachi antes de que se aliasen con sus enemigos del
otro lado del Zamora, permitió al cura misionero hacer un desmonte y levantar una capilla y una casa para él; y,
es más se propuso ayudar el mismo y su gente a limpiar el terreno y levantar
las construcciones. Prieto dispuso a su vez que sus soldados y compañía junto
con unos jíbaros explorasen la región.
No lejos de la
casa de Katip y siguiendo el río Gualaquiza hasta la confluencia de este con el
Bomboiza que lo pasaron en canoa, dieron con varias casas jíbaras, habían descubierto la tribu de los Bomboizas, como así describió
Fray José en su diario y posterior informe al Gobernador de Cuenca y al propio Virrey .
Varios jóvenes
jíbaros con algunas mujeres y sus hijos, dirigidos por los cristianos “cargaron vigas, pero con tantos gritos y
alaridos y con un timbre de voz tan fuerte y tan salvaje, que causaba miedo al
oírlo de lejos, no perecía sino que estaban librando un gran combate” cada
viaje que hacían cargando las vigas para la construcción de la capilla sus mujeres les daban una buena taza de
chicha.
Día a día llegaban
más jíbaros preguntándose el objeto de tanta bulla y sobre la construcción,
Katip y sus hijos explicaban que el Padre con su autorización había sido
invitado a quedarse con ellos para enseñarles muchas cosas y darles regalos,
que estaban construyendo para él una casa y otra para el Dios de los
cristianos, algunos jíbaros lo veían bien, otros se retiraban enojados ya que
sabían por tradición el trato que los blancos dieron a sus antepasados; aún
existía el temor al apachi, no así aún tenían buenos recuerdos de los hombres de negro tarachi (Misioneros)
que llegaron anteriormente a sus tierras con regalos y buenas intenciones.
Fray Prieto, no
descuidó labrar y hacer labrar una huerta para el misionero y un desmonte capaz de formar pueblo para los
colonos que querían quedarse junto al misionero vislumbrando un buen
porvenir en estas fértiles y ricas
tierras.
Pronto estuvo
construida la choza de la capilla y la del misionero; los soldados los apachi y
los indios de la expedición podían ya pasar la noche y las casi interminables
lluvias bajo un techo de paja y apartados de la gente de Katip, que con sus
costumbres casi no los dejaban dormir.
Prieto por fin pudo celebrar su primera misa en un
lugar decente como fue la capilla recién construida; y, ante la mirada atónita
de los curiosos nativos que asistieron al oficio religioso; no salían de su
asombro ver a Fray José vestirse para la celebración eucarística fue un
acontecimiento, los ornamentos con los que se vestía y la misma ceremonia
religiosa algo nunca visto, fue muy difícil hacerlos callar mientras el
sacerdote oficiaba, solo Katip con su imponente voz y de un grito como si
estuviera haciéndose oír de cientos de personas lograba hacerlos callar un buen
rato; Suero explicaba a Katip de lo que se trataba el santo oficio.
Prieto luego que
reunió a los españoles y mestizos fueron a explorar el valle del Bomboiza
trayendo halagadoras noticias de la fertilidad del mismo y sus regios lavaderos
de oro, decidió informar del éxito de la expedición cuanto de la bondad de
estas tierras para la colonización y
evangelización.
Dispuso el
establecimiento de una misión cerca de
la tribu de los Bomboiza con el patrocinio de San José y que esta fuera
atendida posteriormente por un cura de montaña. Suero retorno a Cuenca por la
misma vía ya conocida, con el llevó voluntariamente una docena de jíbaros para
demostrar en Cuenca el éxito de la expedición.
Su llegada en
Cuenca causo gran emoción y alegría especialmente la presencia y llegada de los
jíbaros con sus atuendos, plumajes, lanzas y bodoqueras; no menos sorprendidos
quedaron los nativos de encontrarse en medio de la civilización de los apachi.
Para colmo Cuenca
como toda la Real Audiencia de Quito para estas fechas se encontraba alterada
por los movimientos independentistas
contra el gobierno español.
Suero informó al
Gobernador López Tormaleo los
pormenores de la expedición y que el P. Prieto
continuaba con la exploración de la región en busca de la perdida ciudad
de Logroño de los Caballeros y que sobre ello se encontraba en buenas pistas ya
que al momento había encontrado las ruinas de uno de sus repartimientos en la
junta de los ríos Sangurima y San José que el descubrimiento de Logroño era
cuestión de poco tiempo.
Promocionó nuevas
expediciones para el año siguiente y no faltaron quienes se ofrecieron de
voluntarios en ir a la provincia de los jíbaros, aún a su costa.
La Real Audiencia
de Quito prohibió que se gastara más
dinero público en estas expediciones, ya que pensaban que se trataba solo de
engañar a la Corte del Rey.
Fray José en su
misión escuchaba de los jíbaros que
decían donde estaban enterrados los blancos de Logroño, por lo que en una de
sus expediciones, a dos leguas de Gualaquiza y siguiendo el río Cuyes aguas arriba,
encontró las ruinas de la que fue la bien nombrada y rica ciudad de Logroño de
los Caballeros, de sus ruinas levantó dos
detallados mapas ubicándolas en el sitio correcto y señalando el camino
para llegar.
Las
rencillas entre jíbaros y sus constantes
guerras de venganza hacían más que difícil un nuevo establecimiento español en esta zona que se pensaba fácil su
reconquista.
Los jíbaros
adversos al establecimiento del misionero, soldados y colonos permitidos
por Katip se levantaron en guerra
contra el clan de los Gualaquiza, sabedor de ello el P. Prieto y su gente no hizo otra cosa que levantar su misión y
salir precipitado a Cuenca.