martes, 22 de noviembre de 2011

Descubrimiento de Gualaquiza -Ensayo FDA-


La expedición de 1.816.




Aquel año 1.816 empezaron a llegar uno  tras  otro,  jóvenes shuar  a la casa de  Katip  jefe guerrero de los Gualaquiza, que tiene sus habitaciones a la orilla derecha del río Gualaquiza; Katip no ha cumplido aún los 45 años  cuando empiezan a afluir los  invasores.

Este guerrero shuar de estatura mediana que tiende más bien a baja  pero ancho y musculoso, su piel varía del rojo cobre a morena, de ojos ligeramente rasgados, es el primer nativo jefe de una muy numerosa familia en tener noticias de su próxima llegada .

Escondidos en las tupidas selvas los vigías han observado el paso de los apachi  por los mismos senderos abiertos por los dueños de la floresta. Van pasando cansados, hambrientos cargados de fardos en harapos desgarrados por el monte, el lodo y la pertinaz lluvia que no cesa pese al abrumador calor que en vapor se eleva y cubre el bosque de una neblina cálida, torna el panorama  misterioso  y  temible.

Adelante en una cansada mula el jefe apache vestido de  largo tarachí su cara  color de yuca cubierta de pelos,  lleva en su pecho un shauk del que cuelga  dos pedazos pequeños de madera cruzados. Tras de él  varios hombres a caballo llevan arma a la mano, otros lanza y espada, siguen sus pisadas sudorosos y cargados un grupo de apaches que arrean sus mulas.

Estos detalles  informan a Katip  quién desde hace varios días  escuchando el tunduli  se inquietaba por estas noticias. Katip sabe ya, vio en sus sueños que una enorme multitud de extraños se pondrán en camino hacia sus montes ríos y valles que comparte con sus vecinos de selva.

Desde ya teme lo peor, no tiene idea alguna de los fines reales que persiguen estas gentes, pero en su opinión su llegada no presagia nada bueno.

El  territorio de Katip se extiende en una planicie cercada por pequeños ríos que desaguan en el río Bomboiza, por el sur su territorio comprende un anchuroso valle que va a dar en las orillas del río grande y por el oeste hasta la gran muralla de la cordillera de entrada al mundo apachi.

                 En estos tiempos Katip es reconocido por sus vecinos  como el gran capitán, aunque no es su jefe de clan, lo temen y respetan.

Los amplios valles de este territorio se encuentran divididos en varios clanes nativos, vecinos de Katip son: Kupiam, Huambash, Nantip, Peas, Chump, Naranza, Tiwiram y otros que esparcidos por la selva  ocupan el valle  hasta las orillas del Bomboiza, otros valles como los que están a las orillas del Zamora también están ocupados por los clanes de los Tsukanka, Kukush, Naichap, Naikiai, Tukup, Huambash y otros. Estos clanes no son confederados por sus constantes rencillas internas, lo que Katip  teme favorezca a los invasores.

Muchos años antes de que Katip naciera los ancianos de su clan, esto es su padre, abuelo y anteriores ancestros solían como  aún  Katip lo hace, reunir a los suyos muy de mañana y narrarles  su pasada historia con estas palabras:

“Todos  los días antes de nada ustedes deben buscar en sus palabras la luz de su vida; luego busquen la luz del sol. Siempre así dije, siempre así diré hasta tener voz; cuando mi voz se apague, la de mi hijo mayor repetirá  a sus hijos y nietos, y estos a sus hijos y nietos, hasta la última generación.

Los antepasados de ustedes así lo hicieron y así  lo dijeron, y así se hará siempre. Así es “.

En su temeroso silencio Katip recordaba que no hace mucho su padre les había dicho  y recordado  lo que le dijo su padre y el padre de su padre; y, que hoy todos reunidos a su alrededor muy de mañana como todo nuevo día respondían  ¡maágketa¡ (así sea). Su abuelo   siguiendo esta misma costumbre shuar decía  y lo repetía su padre y ahora él:

_ “ Antes de que yo existiera, los shuar  ya existían  ellos salieron de la madre laguna (refiriéndose al mar)  todos los presentes exclamaban  ¡ nikatsán ¡  ( es cierto ) .

_mi abuelo todavía no existía y ya existían los shuar, ji ji  (si si) exclamaban.

_No existían los padres y los abuelos de nuestros padres; y, los shuar ya eran dueños del monte, de la llanura, de los ríos y de la selva, hasta el  ti unta canuza  somos  los señores de todo”

_ ¡Maagke!  (Bien)  contestaban al unísono.

_ Los shuar del otro lado del río, son todos nuestros parientes y amigos.
_ ¡Maagke!  ¡Maagke! respondían.

_ “Nadie nos hizo nunca bajar la cabeza”.

_Tsa, Tsa  (no, no,) decían.

         - “Llegaron unos indios prepotentes de los montes de donde nacen los grandes ríos – quisieron  someternos a sus leyes, y nosotros nos fortificamos en los bosques”.

_Ji, ji tii tii  (si, si, más, más)  pedían los presentes.

_“Llegaron de la inmensidad del agua los apache de caras blancas  como la yuca  y peludos como los osos”.- ¿y bien? - hicieron muchas cosas – querían someternos.

Los shuar destruyeron todas sus casas, mataron a los apache, muchos muchos, innumerables, no se puede contar con los dedos de la mano y pies de todos los shuar juntos. Sus mujeres  incluso las del Yusa (Dios) se convirtieron en nuestras mujeres, Logroño, Zamora, Sevilla de Oro, cayeron bajo nuestras armas. Ahora en su lugar no encuentran ustedes más que la obscura selva, donde los shuar pisan con su pie triunfante la antigua soberbia de los apachi. – es cierto es cierto gritaban.

_ Y nosotros hemos quedado dueños y libres de plantar yuca, lo mismo el plátano- bien, bien.

_ “Desde entonces la chonta ha madurado diez veces por tres veces  (300 años).

 “Muchas veces los apachi nos han querido oprimir, y siempre los hemos rechazado”.

Su viejo abuelo recuerda Katip, como luego lo hacía su padre y él mismo seguía con su narración diaria, recordaba a su clan de sus enemigos y la obligación de sus hijos de vengar con la muerte, a uno por que hace tres años lo insultaron, al brujo por que hizo morir a su padre, a otro por que se robo una hermanita de su padre cuando aún era pequeña – la robó- decía, si él no muere, morirá el padre de ustedes.- debe morir decían. En este punto llegaban las mujeres llevando primero a Katip una infusión tibia de guayusa.

Katip luego de beber  wais  en su pinink  terminaba su discurso así:

Yo tengo hijos para que me venguen; es el más sagrado de sus deberes. Bendito el hijo que venga a su padre. Su casa siempre estará llena de yuca, chonta y deliciosos plátanos, su campo será fértil, en su casa beberá la chicha, sus cerdos se multiplicarán, sus perros cazarán osos, monos, jabalís y toda clase de presas, sus redes se llenarán de peses; terribles serán sus lanzas; segura su flecha envenenada  cuando salga de su  pukuna y donde quiera que vaya  esparcirá el terror, incluso los espíritus de la selva  tendrán respeto y no irán a ahogar a sus hijos en sus playas ni en el seno de sus mujeres; su familia será numerosa; los hijos serán valientes como su padre, e incluso  si el iguanchi o algún brujo lo matan, el vivirá con las comidas que sus hijos pondrán al lado de su cadáver y se defenderá  con la lanza que le pondrán en la mano”.

A estas palabras todos contestaban -así sea-.

Maldito el hijo cobarde – decía Katip, como lo decía su padre.-Maldito  el hijo cobarde que no venga a su padre  y deja sus cenizas humilladas  y confundidas en el polvo; ojala no tenga hijos  que lo defiendan; sea víctima  de sus enemigos, y su cadáver sea abandonado sin comida y sin lanza que no pueda vivir después de la muerte; sus cenizas sean llevadas en continua tempestad  por el viento en las regiones oscuras del olvido; o pisadas por el inmundo pie de sus enemigos; su cabeza sea trofeo del que lo mate, y en su cráneo beban  la chicha* .- Así sea, así sea, respondían los presentes .
                                                                                                                                                               
         Katip  recordaba  que su padre había vengado ya los ultrajes sufridos por su padre y, a él tocaba aún vengar al suyo, pensaba que debía darse prisa y hacerlo antes de la llegada de los apachi ya que sus enemigos podían aliarse con ellos y acabar con él; le resultaba  trabajoso calificar el peligro que le asechaba por lo que pedía a sus agentes doblar la vigilancia y que lo tengan continuamente informado de cuanto hagan los invasores; dispuso así mismo vayan sus hijos en busca del viejo Zamata, del viejo Naranza y Entzakua, vecinos y aliados del momento, para hacer una fiesta y tratar sobre el nuevo avance de los apachi.


                                                      

EL CONCILIO.


Katip muy temprano se levantó ese día y como de costumbre levantó a todos los suyos que reunidos a su alrededor  escuchaban atentamente la narración cotidiana.

Aún no despuntaba el alba y los perros de Katip ladraban incesantemente a la vez que se escuchaba  el grito de los invitados dándose a conocer y solicitando el riguroso permiso para pasar a la casa del  anfitrión.

La jea lucía muy limpia, Katip  a propósito  había ordenado  su arreglo para la ocasión; en el poste interior central de su casa  colgaban cinco sendas e infaltables lanzas con punta de acero, amarradas al poste así mismo pendían  sus  umi  o  cerbatanas y su escudo de madera  que colgaba de un bejuco  servía de único adorno de la casa.

         Katip para esta ocasión lucía en su cabeza ya perfectamente peinada su hermoso tentem de plumas amarillas y rojas de tsukanka, alternadas en simétricas franjas; este  aro de gala  lo adquirió a unos jíbaros  del Pongo que se aventuraron a asomarse por el Zamora.

          Lucía el Jefe de la casa su famoso y gran collar  shauk exclusivo de los grandes capitanes, hecho con dientes de diez  tigres  que a la fecha el mismo los había cazado, y ensartados con semillas de  kumianku  le llegaba hasta la cintura  donde rozaba con su cinturón o akachu, hecho con cordoncitos de pelos humanos, cinturón que sostenía su largo itipi.

Al oír el llamado del viejo Naranza, el primero en presentarse a la cita, autorizó a este a entrar a su casa. Naranza  era un viejo uwishin  (brujo), después del largo y riguroso saludo  hizo sentar al brujo y pidió a su mujer  que le brindara nijamanchi (chicha de yuca).

En tanto Naranza bebía se oyó la llegada de Zamata  y Entzakua que se encontraron en el camino llegaron juntos.                                                                                                                                                                                                   

Estos tres jefes de clan vestían sus mejores galas, fueron recibidos por Katip con mucha solemnidad para que los acompañantes de sus visitantes que no eran pocos vieran lo cortes y amistoso recibimiento que el visitado daba a sus amigos.

Todos sentados en círculos, los jefes delante y junto a Katip, los acompañantes atrás sin soltar sus lanzas dieron inicio  a la junta, no sin antes haber bebido copiosamente la chicha que de antemano y a propósito las mujeres de Katip habían preparado desde el día anterior.

El capitán y anfitrión para hablar pidió silencio a todos con imponente voz sentada en su chumpi (asiento del jefe) comenzó diciendo:

En mi ayamntay pasé dos días soñando, vi como mis antepasados y los antepasados de mi pueblo  llegaron a esta región y aquí hemos plantado nuestras casas y nuestras huertas, el bosque nos provee de alimento y protección y por muchas y muchas cosechas de chonta habitamos estos montes.

-         Vi como nuestros antepasados siempre rechazaron al invasor  que de tiempo en tiempo  bajaba de las altas montañas.

-         Nunca  hasta hoy nos han vencido, nuestra fuerza y nuestras armas siempre los han rechazado.

-         Hoy sabemos que una nueva invasión de apachis  se  acerca, vienen armados y traen como capitán un  blanco de largo tarachi negro, traen caballos, perros, y  traen regalos.

-         -Nosotros nos hemos debilitado luchando entre nosotros, nuestras venganzas deben detenerse, debemos unirnos para enfrentar a los invasores.

-         Vi en el sueño como estas gentes  bajan de sus altas montañas  hambrientos, dispuestos a todo, ven en nuestras tierras y huertas su única salvación, por ello van a luchar en contra nuestra, por ello quieren imponer su fuerza.

-         Vi que nos conquistan  más que con la fuerza, con su chicha   con sus perros, con su astucia; vi un abismo al que nos empujan  y en el que desaparecemos.

Los viejos que escuchaban a Katip, decían que también en sus sueños habían visto el futuro que los depara, su raza vencida por la astucia del apachi, sus tierras usurpadas, sus clanes desplazados, su hambre; y, sobre todo privados de su venganza.

        -¡Que hacer!  Se preguntan todos  ¡Que hacer!

Usar la astucia dijo Naranza - recibir a los extraños, observar sus costumbres, aprender de ellos y cuando sepamos de ellos esto y sus intenciones  actuar; para eso estamos y estarán nuestros hijos y los hijos de los hijos de nuestros hijos.

Zamata  dijo que ya había reunido a los suyos  y que habían tomado la determinación de resistir, de atacar y emboscar a los invasores  en lo más tupido de la selva  a orillas del río  acabando con todos ellos.

Entzakua  gritaba que cuenta con el apoyo de sus vecinos y que están a la espera de la decisión que Katip y sus aliados tomen.

Luego de una casi interminable plática de los reunidos  que ya habían bebido bastante chicha, resolvieron esperar y salir al encuentro de los  apachis  que debían estar cerca de llegar y de seguro por la pica de Katip  llegarían primero a su casa.

Se decidió enviar  una comitiva  de recepción  para que los inviten a visitar la casa de Katip.


                                                                                                                                                                                      
                                                                 
LA EXPEDICIÓN.
  

EL grupo de avanzada que tanto preocupaba a los nativos de la región, habían organizado  la expedición  en la ciudad de Cuenca, su propósito fue descubrir y reconquistar  la legendaria y otrora  ciudad de Logroño de los Caballeros o Ciudad de Oro, rica ciudad fundada por los españoles y arrasada por los mitayos coaligados con los nativos.

La fama de esta ciudad y sus lavaderos de oro habían despertado en muchos cuencanos el deseo de reconquistar  estos territorios  por su oro y el deseo de atraerse a los nativos  por medio de la evangelización.

Fray  Antonio José Prieto, Misionero franciscano del Colegio de Propaganda FIDE de Ocopa, despertó entre los vecinos de Cuenca  la posibilidad y “deseo de descubrir estas ruinas para volver a explotar  sus lavaderos de oro, de cuya riqueza divulgaba cosas increíbles la fama pública, se habían esparcido noticias muy curiosas acerca de las ruinas de la ciudad y la riqueza acumulada allí;  durante más de  veinte años no dejaron de hacerse investigaciones para dar con tan buscadas ruinas”.

La nueva táctica ya no era el uso de la fuerza armada que anteriormente fue un fracaso, sino una combinación misionero-soldado.

         Aún se recordaba que luego de los asaltos a Sevilla de Oro y Logroño que horrorizó a los españoles por los asesinatos que se dieron; se recordaba la expedición  ordenada por el propio Virrey de Lima que dispuso el avance de un destacamento de caballería, quienes se encaminaron a Logroño de los Caballeros donde solo hallaron sus cenizas y una multitud de cadáveres insepultos, y sin que diesen con el paradero de los indios y jíbaros, para escarmenarlos por sus hechos, los soldados del ejército expedicionario empezaron a enfermarse tan gravemente que el fin, después de ocasionar muy crecidos gastos en esta inútil correría tuvieron que regresar muy menoscabados.

         Salió el Virrey escarmentado de este fracaso que no quiso insistir en otra nueva empresa por cuenta de la corona, sino más bien alentó empresas particulares estimulando con buenos premios.

Fray  Prieto  había investigado  todo lo relacionado con la fundación y desaparición de Logroño, interesando la empresa a varios cuencanos que estuvieron prestos a financiar la expedición, alegaba tener orden del Virrey del Perú, Don José Abascal, Marques de la Concordia para descubrir  lo que  fue la ciudad de Logroño, se puso bajo las ordenes del Gobernador Interino de Cuenca recibiendo por ello una subvención de mil pesos de  la dicha ciudad.

A las ocho de la mañana  del día  señalado, recibida la bendición del Obispo, despedidos de sus parientes y otros religiosos de la comunidad franciscana que les auguraban un feliz éxito, la expedición emprendió su viaje.

Lentamente  avanzo la cabalgada  rumbo a  la selva.

 A Fray Prieto acompañaba José María Suero, conocedor de la lengua jíbara y por ello iba como intérprete; un buen trecho fueron acompañados por varios entusiastas amigos y parientes hasta donde el río Cuenca entra al cañón del tahual difícil camino a Gualaceo paso obligado al Sígsig, pequeño pueblo ubicado a las faldas de la cordillera oriental de los Andes, muralla natural que separa los pueblos civilizados de aquellos que se encuentran y permanecen  “umbra mortis “.

El lento ascenso a la cordillera se hacía más dificultoso por el frío y constante páramo que se hacía más fuerte conforme se iba ascendiendo la montaña no sin mucho trabajo y siguiendo un casi irreconocible camino de herradura trazado a fuerza de pisadas humanas y de bestias que por estos parajes  se aventuraban, la cabalgada pudo trasmontar el páramo de Matanga. Desde su cumbre se divisaba ya un profundo y extenso valle rodeado de altísimas montañas, más allá del horizonte visible entre la penumbra y la neblina estaba la región de los terribles jíbaros.

Descender la cordillera por el flanco oriental resultaba más difícil que su ascenso; conforme se bajaba se encontraba a cada paso profundos abismos que había que darles grandes rodeos, la vegetación iba en aumento, de pajonales se pasó a casi impenetrables montes, árboles gigantes salían al paso, enormes troncos yacían en el suelo de lo que algún día fue un gigantesco árbol obligaban a rodearlos, los caminos y huellas se perdían, no quedaba más que seguir la orilla y el curso del rió llamado Sangurima que con seguridad desaguaba en el río  Zamora.

El descenso parecía interminable, profundos abismos se abrían para dar paso a quebradas y riachuelos que con ímpetu bajaban de la montaña. No pocas veces estos riachuelos detendrían a los expedicionarios, había que tender puentes a fuerza de trozar árboles de su orilla de tal forma que al caer sobre el riachuelo facilitaban a manera de improvisados puentes  el paso de la gente; caballos y mulas debían pasar por los torrentes con el peligro de ser arrastrados por el agua .

La cabalgada tomó desde su inicio la orilla del Sangurima, ascendía y descendía pequeñas montañas ubicadas en esta orilla y cada vez se ensanchaba el sendero trazado por huellas humanas que de seguro los llevaría a su meta.

Desde alguna cumbre y en momentos que la niebla se disipaba se apreciaba ya el amplio valle, se veía humaredas en la floresta señal de asentamientos jíbaros, de rato en rato se escuchaba el retumbar como de un enorme tambor que en forma cadenciosa y rápida daba señales a los dueños de la floresta la presencia de extraños.

Fray Antonio, desde el que parecía el último cerro  al pie del valle divisó ya en un claro del bosque una enorme casa jíbara de la cual salía copioso humo. Detuvo la cabalgada, mando construir y colocar una enorme cruz de madera y la clavó en este sitio. Anotó en su diario el descubrimiento de la tribu de los Gualaquiza, era el 2 de octubre de 1.816.

De pronto se oyó gritos de los nativos anunciando su presencia, Suero calmó a los españoles y a los indios cargueros que escuchaban con sobresalto y temor los formidables gritos de los jíbaros que se acercaban, por la vegetación no eran visibles.

Los saldados precavidos prepararon sus mosquetes y se pusieron en guardia, los indios agazapados en torno al fraile esperaban temerosos el desenlace del encuentro con los nativos que no se hicieron esperar, de súbito, sin temor estaban frente a frente al hombre de largo tarachi.

Los shuar no eran pocos, Katip  envió más de una docena de ellos a manera de comitiva, otros se ocultaban curiosamente en la floresta respaldando su embajada y observaban.

Los enviados de Katip, lucían sus mejores prendas, antes de la entrevista con los expedicionarios se habían aderezado sus mejores adornos peinado impecablemente y lavado en un pequeño arroyo cercano, así, pulcros y elegantes con la cabeza erguida y sin soltar su infaltable lanza, con gestos amistosos pero no humillados se colocaron frente a Fray José  y con Suero de interprete se dio inicio a la entrevista.

-         Yáitiam?  - quién eres, le dijo el jefe de la embajada.
-         Tuyam winiam   - de dónde vienes.
-         Ame náaram  yait - tu nombre cual es.
-         Ame jeemsha, tuimpiait - tu casa también donde está.
-         Tuí  wéam - adónde vas.
-         Urukámtai  winiam - porque vienes.
-         Aúsha yáit - el también quien es.
-          Mesét  áwak - guerra hay?
-         Atsa atsaniai - no, no hay dijo el interprete.
-         Ame pénker áitme - tú, bueno eres.
-         Wi pénker áitjai - Yo bueno soy.

     Suero como intérprete casi ni pudo contestar de inmediato el interrogatorio, pero una vez que el nativo calló  y mostrando a los expedicionarios le dijo:

Au pénker ainiawai - ellos buenos son.
Apachitjai - colonos somos

Cuencaniúmia winiájai -de Cuenca venimos.
Ee, irástajtsan winiajai - vengo a visitar.

Winitiá, winitiá - ven, ven.- dijo el nativo shuar, y señalando con la mano el sendero  pidió que lo siguiesen.

Todos se pusieron en camino tras el grupo shuar que descendió lentamente camino a la casa de Katip.

La cabalgada se detuvo frente a su enorme casa,  solemnemente parado  frente a ella, en cuanto estuvo Fray José  frente a frente le dijo:

-         Yáitiam.- Quién eres?

Suero le contesto.-Uunt wea tayí - el sacerdote ha venido.

-Urúkamtai tai.- Por que ha venido?- le replico.

Arutma chichamén etsérkataj – tsa, tayi - De Dios su palabra va a anunciar –diciendo, ha llegado.

Katip, asintió.- Ayu, ayu, - bueno, bueno, y acto seguido indicando con sus manos dijo: Winitiá (ven), les invitó  pasar  adentro de su casa.

La casa de Katip era muy espaciosa y limpia, el P. Prieto, Suero y algunos soldados entraron,  el  jefe de ella dispuso que se sentaran y que sus mujeres trajeran  chicha y comida a sus invitados.

Era la primera vez que Katip veía de cerca la cara de los blancos extraños, eran como le habían informado, color de yuca, y peludos  como el oso.

Gracias al intérprete se pudieron relacionar, Katip sabía por tradición que los blancos vienen a su tierra por el oro, sabía de antemano por las historias contadas diariamente por sus mayores la forma de actuar de los apachi, y la manera en que sus entradas a la región habían terminado violentamente. Junto a Katip se encontraban varios de sus amigos y vecinos que escuchaban y miraban atentamente y llenos de curiosidad a los apachi.

Los expedicionarios descargaron sus equipajes frente a los nativos, que miraban absortos cuanto traían los blancos, cosas muy desconocidas para ellos, veían sus espadas, sus puñales, sus armas de fuego, su calzado, sus vestidos, todo les llamaba mucho la atención, pero no se atrevían a tocar nada sin permiso.

No hubo mayor sorpresa que el momento en que Fray José, sacando de su equipaje unas baratijas ofreció en regalo a Katip y a todos los presentes, cuchillos, cuentas de vidrio, hilos de color, pequeños espejos en los que se miraban su cara y reían a carcajadas, esto animó mucho a los nativos quienes ofrecieron a su vez traer al siguiente día también sus regalos.

Pronto  toda la comarca al saber la llegada de los blancos  en casa de Katip se vino a conocerlos y recibir regalos de ellos, traían para intercambio frutas de la tierra, yuca, pescado, aves de vivos colores disecadas, y carne de sajino.

Fray José Prieto, a través de su intérprete, trató y logro que Katip le permitiese levantar en algún lugar cercano una capilla y casa para el misionero, le habló de la ventaja de ser amigos y protegerse mutuamente de sus enemigos, de la conveniencia de vivir cerca uno de otro formando un pequeño pueblo de blancos y nativos para conocer mejor a Dios y comerciar mutuamente.

Katip aunque cauteloso y mirando la actual conveniencia de aliarse con los apachi  antes de que se aliasen con sus enemigos del otro lado del Zamora, permitió al cura misionero  hacer un desmonte  y levantar una capilla y una casa para él; y, es más se propuso ayudar el mismo y su gente a limpiar el terreno y levantar las construcciones. Prieto dispuso a su vez que sus soldados y compañía junto con unos jíbaros explorasen la región.

No lejos de la casa de Katip y siguiendo el río Gualaquiza hasta la confluencia de este con el Bomboiza que lo pasaron en canoa, dieron con varias casas jíbaras, habían descubierto la tribu de los Bomboizas, como así describió Fray José en su diario y posterior informe al Gobernador de Cuenca y al  propio Virrey .

Varios jóvenes jíbaros con algunas mujeres y sus hijos, dirigidos por los cristianos  “cargaron vigas, pero con tantos gritos y alaridos y con un timbre de voz tan fuerte y tan salvaje, que causaba miedo al oírlo de lejos, no perecía sino que estaban librando un gran combate” cada viaje que hacían cargando las vigas para la construcción de la capilla  sus mujeres les daban una buena taza de chicha.

Día a día llegaban más jíbaros preguntándose el objeto de tanta bulla y sobre la construcción, Katip y sus hijos explicaban que el Padre con su autorización había sido invitado a quedarse con ellos para enseñarles muchas cosas y darles regalos, que estaban construyendo para él una casa y otra para el Dios de los cristianos, algunos jíbaros lo veían bien, otros se retiraban enojados ya que sabían por tradición el trato que los blancos dieron a sus antepasados; aún existía el temor al apachi, no así aún tenían buenos recuerdos  de los hombres de negro tarachi (Misioneros) que llegaron anteriormente a sus tierras con regalos y buenas intenciones.

Fray Prieto, no descuidó labrar y hacer labrar una huerta para el misionero  y un desmonte capaz de formar pueblo para los colonos que querían quedarse junto al misionero vislumbrando un buen porvenir  en estas fértiles y ricas tierras.

Pronto estuvo construida la choza de la capilla y la del misionero; los soldados los apachi y los indios de la expedición podían ya pasar la noche y las casi interminables lluvias bajo un techo de paja y apartados de la gente de Katip, que con sus costumbres casi no los dejaban dormir.

Prieto  por fin pudo celebrar su primera misa en un lugar decente como fue la capilla recién construida; y, ante la mirada atónita de los curiosos nativos que asistieron al oficio religioso; no salían de su asombro ver a Fray José vestirse para la celebración eucarística fue un acontecimiento, los ornamentos con los que se vestía y la misma ceremonia religiosa algo nunca visto, fue muy difícil hacerlos callar mientras el sacerdote oficiaba, solo Katip con su imponente voz y de un grito como si estuviera haciéndose oír de cientos de personas lograba hacerlos callar un buen rato; Suero explicaba a Katip de lo que se trataba el santo oficio.

Prieto luego que reunió a los españoles y mestizos fueron a explorar el valle del Bomboiza trayendo halagadoras noticias de la fertilidad del mismo y sus regios lavaderos de oro, decidió informar del éxito de la expedición cuanto de la bondad de estas tierras  para la colonización y evangelización.

Dispuso el establecimiento de una misión  cerca de la tribu de los Bomboiza con el patrocinio de San José y que esta fuera atendida posteriormente por un cura de montaña. Suero retorno a Cuenca por la misma vía ya conocida, con el llevó voluntariamente una docena de jíbaros para demostrar en Cuenca el éxito de la expedición.

Su llegada en Cuenca causo gran emoción y alegría especialmente la presencia y llegada de los jíbaros con sus atuendos, plumajes, lanzas y bodoqueras; no menos sorprendidos quedaron los nativos de encontrarse en medio de la civilización de los apachi.
 
Para colmo Cuenca como toda la Real Audiencia de Quito para estas fechas se encontraba alterada por los movimientos  independentistas contra el gobierno español.

Suero informó al Gobernador López Tormaleo los pormenores de la expedición y que el P. Prieto  continuaba con la exploración de la región en busca de la perdida ciudad de Logroño de los Caballeros y que sobre ello se encontraba en buenas pistas ya que al momento había encontrado las ruinas de uno de sus repartimientos en la junta de los ríos Sangurima y San José que el descubrimiento de Logroño era cuestión de poco tiempo.

Promocionó nuevas expediciones para el año siguiente y no faltaron quienes se ofrecieron de voluntarios en ir a la provincia de los jíbaros, aún a su costa.

La Real Audiencia de Quito prohibió que se gastara  más dinero público en estas expediciones, ya que pensaban que se trataba solo de engañar a la Corte del Rey.

Fray José en su misión  escuchaba de los jíbaros que decían donde estaban enterrados los blancos de Logroño, por lo que en una de sus expediciones, a dos leguas de Gualaquiza y siguiendo el río Cuyes aguas arriba, encontró las ruinas de la que fue la bien nombrada y rica ciudad de Logroño de los Caballeros, de sus ruinas levantó dos  detallados mapas ubicándolas en el sitio correcto y señalando el camino para llegar.

Las rencillas  entre jíbaros y sus constantes guerras de venganza hacían más que difícil un nuevo  establecimiento español  en esta zona que se pensaba fácil su reconquista.

Los jíbaros adversos al establecimiento del misionero, soldados y colonos  permitidos  por Katip  se levantaron en guerra contra el clan de los Gualaquiza, sabedor de ello  el P. Prieto y su gente  no hizo otra cosa que levantar su misión y salir precipitado a Cuenca.

 De esta manera terminaba la última cabalgada española en busca de la perdida Logroño y sus riquezas.

 Las guerras de la independencia suramericana  volvieron a cubrir con su manto de revolución y olvido a la región oriental.