martes, 22 de noviembre de 2011

LOS CONQUISTADORES AMAZÓNICOS.


PINTURA DE JAIME JONES


D. Juan de Salinas Loyola.




Adelantado, Gobernador de Yaguarzongo y Bracamoros, Corregidor y Justicia Mayor de Loja Zamora y Cuenca, fue nombrado y distinguido con estos cargos por el Virrey del Perú Don Andrés Hurtado de Mendoza.

Una vez que retornó de Lima agradeciendo estos nombramientos y teniendo en mente como una obsesión el establecimiento en esta vasta región oriental un “Reino” a la manera que lo estableció Hernán Cortés a quién sirvió en calidad de soldado  durante la gesta de la conquista de México; da inicio a la organización de expediciones o como en el argot español  se llamaban “cabalgadas”, esto es incursiones ligeras con un fin determinado y dirigidos a centros poblados para capturar indígenas que labrasen y explotasen zonas auríferas.

Don Juan de Salinas estaba autorizado a explorar fundar y poblar pueblos o ciudades en nombre de su majestad el Rey de España a la sazón  Felipe II. 
Con esta mira y habiéndose iniciado las expediciones por parte de otros  gobernadores y capitanes en diferentes regiones orientales de la Audiencia de Quito, decidió asegurar la prioridad de sus derechos de descubrimiento sobre su Gobernación.
                                                              
           Personalmente Salinas Loyola dirigió varias increíbles expediciones a la región sur este de su gobernación  en el oriente amazónico, fundando ya sea personalmente o comisionando a sus Capitanes, varias ciudades como Valladolid, Santiago de las Montañas, Borja, Nieva  etc.

Comisionó especialmente a su sobrino  Don  Bernardo de Loyola y Guinea la exploración sur occidental del curso del río Zamora en la región de los jíbaros, autorizándole fundar ciudades y poblarla con encomenderos españoles en los parajes más a propósito y en donde se pueda reunir a los naturales y repartirlos entre los encomenderos que se avecinen en la ciudad.

Juan de Salinas Loyola invirtió en reclutar las huestes de soldados, armas, bastimentos, indios portadores, caballos, baratijas de poco valor para intercambiar con los indios oro y alimentos; costumbre fue ya entre los españoles por la experiencia de otras cabalgadas o expediciones  llevar pipas de vino o aguardiente que tanto gustaba a los naturales; “un recurso de brillante futuro en las colonizaciones posteriores “.

La hueste que componía la expedición lo formaban soldados y capitanes españoles con los cuales no se acordaba sueldo y todo se pactaba y quedaba a expensas de los beneficios  que se pudiesen obtener y repartir en la empresa.

                                                     
                                                                                                                                                                          

Diciembre  1574.


El  día señalado para la partida de la expedición, tras el consabido ritual de arengas D. Juan de Salinas Loyola  dirigiéndose a la hueste decía: 

Soldados, vais camino de escribir gloriosas páginas de historia, vuestro servicio a Dios y al Rey serán premiados  con tierras y encomiendas que os harán muy ricos. La región a la que os encamináis  guarda dentro de sí tanto oro que hará la felicidad de vuestro soberano y  de vosotros mismo.

Sujetad valientemente a los salvaje, apaciguadlos pacificadlos confinándolos dentro de vuestras respectivas encomiendas, y hacedlos trabajar las minas.

Vais con el intrépido capitán mi sobrino Don Bernardo, acatad sus órdenes como si fuesen las mías propias, lleva mi confianza, mi respaldo y mis instrucciones. – Que Dios y su Inmaculada Virgen Madre  os guarde y proteja en esta cabalgada. –Viva el Rey.-

Luego de la misa de rigor, D. Bernardo acompañado de sus capitanes a caballo, la tropa, los indios porteadores que cargaban pesados fardos salían de las goteras de la ciudad de La Purísima Concepción de Loja la primera semana de diciembre de 1574, quedaban atrás parientes y amigos que salieron a despedirlos un buen trecho.
                                                                        
D. Juan de Salinas los veía partir, su “sentido del honor inseparablemente acompañado de su sed de grandeza  (su morbo por el oro)  constituyó como constituía a todo conquistador, uno de los rasgos principales de la acción emprendida  por  los españoles  en defensa de su fe  y en nombre de su Rey”.

Bernardo de Loyola, Capitán de esta cabalgada cuanto su tío mismo se enteró de la primera entrada que a estas regiones había hecho el Capitán Pedro de Vergara, quien siendo el primer gobernador de Yaguarzongo y Bracamoros   incursionó en la  región reconociendo la hoya del Zamora  y el Chinchipe.

En 1541 Pedro de Vergara fundó la ciudad de Bilbao cerca de la confluencia del río Upano y el Zamora.   Fundación efímera ya que tuvo que levantarla casi de inmediato al recibir el llamado que le hizo el Lcdo. Cristóbal Vaca de Castro  a la sazón Gobernador del Perú, disponiéndole que con su gente viniese a contribuir y derrotar a Diego de Almagro (el Mozo) que habiendo asesinado al marqués de Atavillos Francisco Pizarro, se había alzado y hecho proclamar Gobernador del Perú. Vergara tomó toda su gente, alzó la fundación  y partió a unirse con Vaca  de Castro.

La expedición que salía de Loja  continúo  su camino siempre agotador especialmente por el asenso de la cordillera, el páramo y el frió fueron sus principales enemigos; trasmontaron la misma y la cabalgada de españoles podían ver ya los verdes valles orientales especialmente la cuenca del Zamora; descienden por el flanco oriental y poco a poco van sintiendo el calor del valle y la tupida selva que les  sale al paso.

A partir de entonces los castellanos abren sus ojos a la admiración que les produce la deslumbrante naturaleza  que contemplan.
 Avanzan por una región tropical exuberante, la tierra caliente donde los frutos y las flores se suceden unas tras otras en un círculo no interrumpido por todo el año y donde los bosques se hallan habitados por pájaros de innumerables colores, monos de varias  especies, fieras, víboras, sajinos y un sinnúmero de insectos cuyas esmaltadas  alas brillan como diamantes y esmeraldas con el refulgente sol del trópico.
Los gigantescos árboles con sus raíces impiden el avance de los caballos y andantes, se entretejen entre ellas profundizándose en el suelo o ya emergiendo nuevamente a manera de serpientes rastreras y enormes sobre la superficie, los barrizales  por donde hay que pasar obligan a la cabalgada a bajar de sus caballos  y continuar a pie, el lodo llega a  las rodillas de la gente el avance se hace cada vez más lento.
Árboles enormes caídos obligan a dar grandes rodeos, las espadas y las hachas son insuficientes para abrirse camino en la espesura de la selva, miríadas de mosquitos como nubes aparecen de pronto obscureciendo la visión de los expedicionarios con la consiguiente molestia y temor.

Luego de una agotadora travesía por terrenos farragosos  y oscuros, pues debajo de los árboles el sol casi no penetra; la cabalgada  se alerta al oír el rumor de un rió grande que los conduce a una amplia y despejada playa, han llegado al  río Zamora. 

Descansa la hueste y planean continuar la expedición rió abajo, por la orilla hasta tanto dar con indios naturales  y canoas para el descenso.

El Zamora corre presuroso y caudaloso, constituye una avenida amplia y hermosa de penetración fácil a su  fértil valle  lleno aún para los expedicionarios de misterio.

Caminando un poco por la orilla de este río y por senderos ya trazados por los mismos naturales  pronto dan con una enorme choza jíbara cuyos moradores al oír el ruido de la cabalgada de hombres blancos y al verlos  dirigirse a su choza  se llenaron de temor y a carrera por la  sorpresa se internan en la selva, no querían ser nuevamente víctimas de la esclavitud y el abuso  en el que  cayeron al primer encuentro que tuvieron con estos hombres.

Cautelosamente  recorren el río, comienzan a oír el  sordo pero muy perceptible sonido de una especie de tambor que los jíbaros hacían retumbar en la floresta, desconocen el significado pero ya suponen ser un llamado  de aviso a sus connaturales. Por desconocer el río van despacio muy cerca de su orilla, bajan cautelosamente y muy alertas a cualquier ataque que pueda darse por parte de los nativos, lanza en ristre y mecha prendida en más de un arcabuz.

 Los gigantescos árboles, las plantas de cacao, el algodón, el tabaco y la vainilla, los grandes árboles de zapote, los arbustos desconocidos, como la bulla de bandadas de pájaros los impresionan; a su paso unos sorprendidos nativos dejando sus canoas en la orilla huyen monte adentro.  

El río  Zamora  corre ya caudaloso y veloz, lo que facilitaba  en gran manera la travesía de la expedición, los nativos sorprendidos y escondidos veían pasar a los  blancos y no acertaban a reaccionar a tiempo  ni hacer alguna resistencia.

Dos días  demora a los expedicionarios llegar a la confluencia del Zamora y el Yacuambi sitio en donde años atrás Alonso de Mercadillo, el fundador de Loja, había junto con sus capitanes fundado  la ciudad de Zamora de los Alcaides, el   6 de octubre de 1549.

La ciudad de Zamora que encontró Don Bernardo, si la podíamos llamar ciudad consistía en pocas chozas de paja y paredes de bajareque, había una choza destinada a capilla con otra  adyacente que hacía de habitación al cura de montaña.

Encontraron contados españoles que a la fecha tenían juntos no más de  cincuenta indios  encomendados y destinados a la mita de las minas y cultivos de subsistencia; se informa que en esta comarca existen  excelentes  minas  de oro  como la de Nuestra Señora de Nambija pero por falta de indios  no se pueden labrar como es debido; que el clima y el hostigamiento de los jíbaros  hace muy penosa la labor y que han muerto muchos indios traídos de los repartimientos de cañaribamba y algunos españoles por esto del clima las enfermedades y los jíbaros; que estos son muy  huidizos, temerarios y  agresivos  que no se los ha podido  reducir  sino a costa de regalos o mucha fuerza, pero como conocedores de la selva  apenas oyen el llamado de ella desaparecen, que para sojuzgarlos y reducirlos a obediencia se requiere de  una armada.

Un  guía español residente en esta “ciudad” de Zamora había informado al capitán Loyola de un asentamiento en donde mucho antes de la conquista los indios naturales de la sierra bajaban a lavar y minar  oro para sus caciques; se deciden tomar aquel camino que no está lejos  y que continúa río abajo hasta la confluencia con el río que los jíbaros llaman  Bomboiza, por el  cual hay que subir  hasta la confluencia del llamado Cuyes que baja de las montañas que dan hacia el corregimiento de cañaribamba encomendado a Don Juan de Salinas y Loyola, de esta confluencia río arriba a una jornada  está el asiento minero que fue de los gentiles cañaris; que por estas montañas no está lejos salir a Cuenca, y que en medio están los pueblos de Sígsig y Gualaceo de donde se puede sacar indios para la encomienda.

Las humaredas que a su paso y en las montañas altas ve Don Bernardo delatan la presencia de  los jíbaros  a los cuales tendrá que reducir para la labor de las minas tarea que ya vislumbra será  muy difícil.

El guía español ordena hacer alto a las canoas que velozmente surcan el Zamora hasta donde pudieron observar que a este desaguaba un rió grande que venía del lado oeste, era el  Bomboiza; con dificultad  ya río arriba dejando los remos y tomando palancas  lo surcaron  casi todo un día, muy por la tarde llegaron a la confluencia del río que remontaban con otro, el Sangurima, tomando el brazo  izquierdo  continuaron bregando río arriba por el Cuyes, estaban cerca de su destino, el río hace dificultosa su navegación por los que deciden descansar en su orilla para continuar al siguiente día .    

Continuando la marcha, a una jornada dieron con un  pequeño valle en el que observaban muchos vestigios de un asentamiento abandonado de indios y mucho rastro de que aquellos se dedicaban a la labor de las minas.

 Don Bernardo ordenó levantar un campamento a orillas de este río, entre dos riachuelos que bajaban de las montañas y mandó por la retaguardia que había quedado atrás.

Levantado un pequeño y precario campamento ordenó la exploración del lugar y cateo de la zona en busca de placeres o lavaderos de oro.
  
Del cateo resulto que la zona es altamente productiva  pues se encontró  en la arena del rió granos menudos de oro  y socavones labrados por los indios en varias partes, por lo que D. Bernardo dispuso la conveniencia de fundar una ciudad para poblarla de españoles encomenderos con sus indios de repartimiento; el futuro lo veía muy promisorio.

Juntó a sus soldados  y a los indios que con él traía, luego de limpiar un claro del bosque mandó clavar en el medio una cruz improvisada de madera, hincó su rodilla  y clavando su espada  en el suelo  declaró  que en nombre de su majestad Felipe II, y para honra y Gloria de Dios Nuestro Señor, fundaba como efectivamente lo hacía, con los poderes que el Sr. Gobernador de Yaguarzongo y Bracamoros lo había concedido; la ciudad de Santa Ana de Logroño de los Caballeros, nombre que evocaba la ciudad natal de su estirpe allá en la lejana madre patria; era la víspera de la navidad del año 1574.

Acto seguido hizo el trazo de lo que sería la ciudad, asignando solares para la iglesia, un convento, la casa de gobernación y cabildo, el cuartel y desde luego solares para los que le habían acompañado en esta empresa y para los que en lo futuro deseen avecindarse en esta ciudad, se trazaba dejándose las debidas calles de acceso y la plaza de armas.

Fundada la ciudad  era  menester dar aviso de ello al Gobernador  Juan de Salinas Loyola para su confirmación; y, sobre todo hacerle una relación minuciosa de la expedición en lo relacionado a la grande noticia del descubrimiento de excelentes sitios para la explotación del oro; así mismo solicitarle el envío de cuanto español quiera avecindarse con autorización del Gobernador y la imperiosa necesidad del envío de indios para labrar las redescubiertas minas; que al momento es harto difícil realizar cabalgadas  de  sometimiento  y reclutamiento de jíbaros que al parecer se han adentrado muy a la montaña y que para ello se requiere de una fuerza mayor de armas y soldados. Por el momento la zona parece tranquila  se  ve a lo lejos las humaredas de las casas de los naturales, y no dejándose oír a la distancia el clásico sonido de sus tambores.

Con toda la relación hecha al Gobernador se decidió enviar  los mensajeros por la vía del occidente camino a la provincia de Cuenca.

Sabedor Juan de Salinas la buena noticia confirmo  la fundación  de Logroño de los Caballeros hecha por su sobrino, y dio comienzo a la tarea de  buscar pobladores españoles e indios para esta nueva ciudad en su gobernación.

 No faltaron españoles encomenderos que se pasasen a avecindarse en Logroño. Esta ciudad fue poblada casi de inmediato, la fama de sus minas y lavaderos de oro atrajo a muchos españoles.

Fue cabeza de cinco curatos y se labraban las minas con muchísimos indios encomendados a los españoles que se repartieron a lo largo  del valle del río Cuyes, Bomboiza y  Sangurima (Cuchipamba).

La riqueza de sus lavaderos de oro  pronto la transformo en la ciudad más rica y populosa de la gobernación de Salinas; y, del sur oriente.

La región de Logroño está llena de pequeños ríos y arroyuelos, en los cuales  hay gran riqueza; en el año 1.575 se descubrieron tan buenas minas en los ríos que sacaron los vecinos de la ciudad más de ochocientos pesos de oro, y era tanto la cantidad de este metal que muchos sacaban en la batea más oro que tierra.